Las cosas han cambiado mucho. Al Andrés Manuel López Obrador de hoy, las manifestaciones como la del fin de semana le resultan, digamos, incómodas y ajenas. No cree en el disenso, o al menos no en el disenso legítimo. Para el presidente, cualquier resistencia a su voluntad es sospechosa y merece, antes que tolerancia o comprensión, combate frontal.
Así fue como, 48 horas después de las marchas, López Obrador anunció la organización de…una marcha reactiva. Antes que reconocer los argumentos que pueden animar un reclamo masivo, el presidente comenzó una competencia tóxica, que arraiga en su afición por la polarización. Lo que pudo ser un diálogo se convierte ahora en un enfrentamiento, la enésima ocasión que algo así ocurre durante el sexenio de López Obrador.
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Y ahí está hoy el presidente de México: subido en un cuadrilátero, muy por debajo de la altura de un estadista como el que prometió ser.
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