Frecuentemente elogia hasta el cansancio a la familia tradicional, a la cual visualiza como la principal red de protección social que tiene México. Cotidianamente critica a periodistas e intelectuales, al movimiento feminista, a las organizaciones ambientalistas, al movimiento de víctimas y hasta a los ejidatarios que están en contra del Tren Maya. Incluso, ataca retóricamente a analistas con una reconocida trayectoria de izquierda, que antes simpatizaban con él.
Así, el presidente ya es abiertamente: militarista, neoliberal, apologista de la familia tradicional e intolerante ante toda crítica, cuestionamiento o reflexión. ¿Qué hacen los seguidores más duros del presidente ante esta situación?
Lejos de cuestionarse su pertenencia al movimiento político obradorista, reafirman su fe en él. No importan las contradicciones que eso implique. Si apoyaron a López Obrador cuando éste prometía regresar al Ejército a sus cuarteles, ahora lo respaldan con más fuerza en su cruzada militarista. Si antes seguían el trabajo periodístico de Carmen Aristegui o Ricardo Raphael por su valentía para cubrir casos de corrupción, ahora los repudian públicamente porque se han vuelto conservadores y paleros del viejo régimen.
Hablo, por supuesto, de la base dura del obradorismo, no de todos los seguidores de López Obrador, pues conozco a varios que no dudan en cuestionar algunas decisiones presidenciales y a otros tantos que se han distanciado de Morena, asqueados por su intolerancia ante la crítica, por su vocación antipluralista y por su creciente orientación militarista.
Tanto así que el movimiento obradorista ha perdido su base intelectual. Los intelectuales orgánicos del obradorismo (si se les puede llamar así) son caricaturistas y paleros, todos ellos con obras modestas, con plumas deslucidas y sin demasiada estatura para el debate. Lorenzo Meyer representaría una excepción, pero de aquel gran autor que todos los historiadores leímos en nuestra etapa formativa, ya solo queda la sombra.
Con todo, soy de los que piensa que en 2024 la coalición morenista tiene el triunfo casi asegurado, salvo que algo sorpresivo ocurra en estos dos años (posibilidad que siempre existe en política). Y la victoria de Morena es así de probable precisamente porque López Obrador cuenta con una base dura tan extensa como leal.
Las razones del éxito electoral del movimiento obradorista son bien sabidas: su carácter popular, el trabajo territorial, la narrativa exitosa, las reivindicaciones sociales, el carisma del presidente, los programas sociales, las injusticias del sistema neoliberal, las deudas de la transición a la democracia, la corrupción rampante del PRI, etcétera. Es decir, contrario a otros analistas, no me parece sorprendente que en un país con tanta pobreza, marginación e injusticias un movimiento como el obradorista mantenga su fuerza. Más bien, es preocupante el creciente sectarismo del obradorismo.
Me explico. En otras circunstancias, Morena tendría la enorme riqueza de ser un movimiento plural e incluyente. Albergaría a militantes de izquierda de larga data, como Pablo Gómez y Bertha Luján; a políticos profesionales y colmilludos, como Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard; a cuadros con amplio trabajo territorial y reconocimiento social, como Clara Brugada e Higinio Martínez; a personas con formación académica robusta, como Claudia Sheinbaum, e incluso a ambientalistas, feministas, luchadores sociales, defensores de derechos humanos y demás.