Lo cierto es que la hiyab es uno de los símbolos de cómo el Estado violenta las libertades de vestimenta de las mujeres en todas direcciones. No solo de las de ahora, provocado por la Revolución Islámica de 1979 que limitó gravemente sus derechos e hizo obligatorio en ellas la hiyab en la República Islámica; sino en sentido contrario, las de las mujeres del pasado más apegadas al Islam: en 1936 el Shah abolió oficialmente el uso del velo o hiyab privando a las mujeres de la libertad de elegir cómo vestir, orillando a las más religiosas a cumplir reglas que contravenían su fe.
Otro botón de muestra es lo sucedido en Turquía en 2015. Veintiún diputadas - entre quienes estaba Ravza Kavakci Kan - por primera vez en la historia política de ese país pudieron rendir protesta en su parlamento utilizando el velo en apego a sus convicciones religiosas. La historia de Ravza es muy distinta a la de su hermana Merve.
En 1999, Merve Kavakci quiso también ser diputada, pero le impidieron rendir protesta por utilizar una mascada que cubría su cabeza a pesar de que había ganado la elección. Entre gritos e insultos, Merve fue expulsada del parlamento turco, su ciudadanía fue revocada y su nombramiento como diputada fue rescindido. Tras el exilio familiar en Estados Unidos, debieron pasar más de tres lustros para que Ravza ganara su distrito y rindiera protesta vistiendo de forma muy similar a la que utilizó Merve en 1999.
No solo en la región árabe se cuecen habas: en Japón, una cultura muy distinta al mundo islámico, también han existido movimientos en favor de la libertad de las mujeres para decidir cómo vestir. La campaña #KuToo motivó una fuerte solidaridad para cesar la obligación impuesta por las empresas de usar zapatos con tacón de entre 5 y 7 centímetros. Algunas corporaciones aún les prohíben utilizar anteojos o presentarse a trabajar sin haberse maquillado.