No sé si sus padecimientos incapaciten a López Obrador para ejercer el cargo; sí sé que ocultárselos al ojo público creó la oportunidad para que circularan muchos rumores y, ahora, estallara un escándalo al respecto. Es un defecto de su política de comunicación no haber tomado la iniciativa de darlos a conocer oportunamente, de explicar en qué consisten, cuál ha sido su tratamiento y evolución. Eso le hubiera ahorrado el costo de quedar exhibido como alguien que engaña, que simula, que tiene algo que esconder. La opacidad es el mejor caldo de cultivo para el germen de la desconfianza.
Tampoco sé si la nota sobre la salud del presidente era la mejor para dar a conocer la historia de que hackearon a la Sedena; sí sé que esa nota resultó muy eficaz para llamar la atención en un entorno mediático muy competido y que a veces aturde con tanta velocidad e información. Algunos opinarán que hubo sensacionalismo o mala fe; otros, que si los datos son ciertos (como ya admitió el propio López Obrador) la nota es válida para presentar la historia. Al final, el periodismo también es capacidad de crear conversación y las audiencias –no las ideales, las realmente existentes– son las que tienen la última palabra. Tener impacto importa.
Pasado ese primer momento, sin embargo, convendría recordar una vieja lección periodística: que la nota no se coma la historia. Porque los hallazgos sobre la salud del presidente fueron un “gancho”, pero la historia no es esa. Habrá muchas otras notas, de hecho ya están circulando varias (sobre abuso sexual en las fuerzas armadas, sobre la adquisición de programas para el espionaje ilegal, sobre cómo la Sedena busca hacer negocios en el sector turístico), este es apenas el principio de lo que quizá se convierta en un verdadero tsunami de revelaciones. ¿Sobre qué? No tanto –o no solo– sobre López Obrador sino, más bien, sobre el Ejército.
Ese Ejército que fue, simultáneamente, negligente y perpetrador en el caso de los 43 de Ayotzinapa. El que encubre y ejerce presiones para descarrilar la investigación e impedir que se sepa la verdad y se haga justicia. Ese Ejército que está absorbiendo a la Guardia Nacional, a pesar de que la Constitución mandata que sea un cuerpo de carácter civil bajo el mando de la Secretaría de Seguridad Pública. El Ejército que durante años negó la información necesaria para calcular sus índices de letalidad; y que, cuando se vio obligado a proporcionarla, resultó ser uno de los más letales del mundo, aunque no por eso exitoso en la labor de combatir al crimen organizado.