Esos golpes de los que nadie puede huir: tornados, sequías, inundaciones y sismos. Momentos que nos han situados como entes vulnerables y mortales.
Una vez más, esa maldita fecha, ese 19 de septiembre que nos enchina la piel. Que nos hace recordar los sonidos e imágenes del sufrimiento y el duelo; de la incertidumbre, el alboroto y la incapacidad de ser suficientemente útiles ante una pena tan grande, general y creciente.
Para quienes lo vivieron en 1985 o quienes lo vivimos en 2017, la marca es imborrable; una cicatriz que no cierra y sigue a flor de piel.
Una vez más, el pasado 19 de septiembre nos volvimos a enfrentar a esos fantasmas y traumas del pasado. Algunos pensábamos que ya habíamos vencido, pero solo se escondían bajo la loza de otros problemas que hemos tenido que enfrentar. Sombras en el alma que resurgen al escuchar la alarma sísmica y sentir una vez más cómo se mueve la tierra bajo nuestros pies: frágiles, endebles, indefensos y confundidos.
Otra vez el temor latente, la rápida acción por salir “de ahí”, sea donde sea que estemos. Para salvar nuestra integridad. Otra vez los gritos de pánico, las alarmas resonando y los rostros desencajados. Una vez más la afrenta apocalíptica.
¿Qué nos sorprende?, ¿Qué sucede en el cerebro cuando algo rompe con lo predecible?
Millones de mentes al mismo tiempo pensamos: “no puede ser”. El mismo día terrorífico, casi a la misma hora, luego de un “mega simulacro”.
Un terremoto de 7.7 sacude México y provoca la muerte de una persona
La sorpresa logra que un nuevo evento se convierta en un hito. Rompen por completo con la idea que tenemos en nuestro entorno. La liberación de dopamina aumenta de manera acelerada y nuestros cerebros buscarán por todas las formas posibles, volver a la “normalidad”.
Hemos aprendido juntos
¿Por qué tiene que temblar de nuevo un 19 de septiembre? ¿Quién puede tener una respuesta contundente a una pregunta tan extraña e incomprensible?
El sismo del 2017 tuvo un sinfín de lecciones para los mexicanos. Una de ellas, fue utilizar las redes sociales de forma asertiva. A pesar de la descoordinación, todos tuvimos que ser lo más sensatos, para no solamente asegurarle a nuestros seres queridos que estábamos bien, sino a buscar la manera de –quizá por primera ocasión- ayudar a otros; a completos desconocidos, como si fueran parte de nuestra familia.