El presidente tiene derecho a cambiar de opinión, por supuesto. Es de sabios. Pero el golpe de timón es de tal importancia que vale la pena poner sobre la mesa un par de reflexiones.
Primero: ¿es creíble que un hombre que ocupó el centro del escenario político de oposición en México durante al menos 12 años, y recorrió el país (famosamente) como pocos, de verdad desconociera la gravedad precisa del desafío en seguridad?
Es posible, claro, que López Obrador no tuviera acceso a toda la información que es prerrogativa presidencial. Pero, ¿le hacía falta esa información? ¿No eran suficientes los datos, conversaciones y evidencia que tuvo al alcance como líder opositor por más de una década (parte de ella, como jefe de gobierno de la capital) para concluir que la promesa de desmilitarizar la seguridad era no solo improcedente sino ilusoria? ¿De verdad no lo sabía?
La respuesta obliga a una pregunta incluso más relevante. Si López Obrador al menos intuía que aquella promesa era imposible de cumplir, y pensaba otorgar aún más poder a las fuerzas armadas mexicanas, dando la espalda (una…vez…más.) a la agenda progresista que dice defender, ¿incurrió en un engaño?