Y es que por muchos años, como ciudadanos optamos por pensar que era suficiente para ser tales y cumplir con nuestras obligaciones cívicas el acudir cada 3 y 6 años a votar. Sin duda el ejercicio del deber y derecho de sufragar es importante como tarea esencial de una normalidad democrática, pero no es suficiente ante los retos que supone la conducción de una nación tan compleja e importante como es México. Y por cierto, aún en esto de la afluencia al voto, hay un déficit importante que se conoce como abstencionismo y que tanto daño hace.
Los notorios abusos que se cometieron por muchas décadas, más acentuados en algunos gobiernos (siendo particularmente grave la dupla Videgaray-Peña Nieto), abrieron la puerta para un populismo estéril como el que encarna el actual gobierno federal. No hay un solo indicador que avale que el gobierno en turno sea bueno, ni uno solo.
Y por el contrario, hay miles de rubros que apuntan a una tragedia cada vez mayor a merced de la pérdida de libertades, derechos, instituciones, tranquilidad, paz, y aún esperanza. Una regresión muy triste desde donde se le vea. Y por ello hay que preguntarnos con toda seriedad por qué debemos actuar.
Porque la absurda expectativa de que caudillos podrían enarbolar las grandes causas y transformaciones para mejorar el nivel de vida en general de la población es solamente reflejo de una inmadurez democrática y una simplista forma en que la ciudadanía renuncia a su deber de actuar y exigir resultados en forma permanente.
Porque como un gran edificio que tiene varios niveles de progreso, en un país no es posible llegar a mejores condiciones de convivencia sin que haya de por medio cimientos fuertes, construcciones sólidas, y avances progresivos y permanentes.
Porque las edificaciones con base en puros discursos y ningún “cemento y acero real” fracasan y se caen, destruyendo además lo que a su paso se encuentre.
Porque nos toca hacer una profunda reflexión de lo que implica la militarización de la seguridad púbica, la destrucción del seguro popular, el dispendio en obras improductivas, el abatimiento de activos ambientales, la dilución de instituciones, la pérdida de confianza, el ataque a la inversión productiva, y tantas otras cosas que muestran un país que se cae a pedazos.
Porque durante años nos conformamos con pensar que mientras no nos afectaran en lo esencial podíamos tolerar abusos y no quejarnos demasiado.
Porque era normal pensar en que los políticos robaran (aunque fuera “poquito”), que no requeríamos hablar o quejarnos, que conocer a nuestros diputados y senadores era innecesario, que revisar la productividad de los programas gubernamentales era ocioso, que analizar los datos duros era tiempo perdido, y que en general no ver hacia los vulnerables era parte de un país injusto y cargado de inequidad, pero que era normal e incambiable.
Porque la realidad es que todo eso ha cambiado, y en forma permanente. Ahora en la ciudadanía tenemos que hacer todo eso para lo cual fuimos perozosos, apáticos, desinteresados y tibios. No es viable tolerar abusos, colusión con delincuencia organizada, y burlas mediáticas.