En los últimos 30 años el país tuvo cambios importantes después de las crisis económicas de los regímenes de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, y el arribo de los tecnócratas como Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortar, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.
Los datos duros nos indican los avances y los problemas en estos años. Seamos claros. Tuvimos crecimiento económico, los índices de pobreza se redujeron, los niveles educativos crecieron, la oferta de viviendas se elevó, la infraestructura mejoró, la capacidad manufacturera se multiplicó y otros indicadores mostraron avances.
Tristemente mucho de lo que se pudo haber hecho adicionalmente se lesionó por el cáncer que significó la suma de corrupción e impunidad. Pudimos haber dado un salto cuántico en mejora social generalizada, pero la avaricia y ceguera de unos cuantos dio al traste con dicho potencial inmediato. Cuánto daño por los cuates y las cuotas. Lo hecho, hecho está. Se pudo haber logrado mucho más.
Esa triste combinación, aunado a la complicidad de algunos empresarios que pensaron que sus intereses se afectaban con la apertura regulatoria y legal, resucitaron a quien ya había perdido dos elecciones previas. Pensaron que era una opción para rescatar privilegios y controlar el efecto de la inversión extranjera que generaba competencia real en varios mercados.
Vaya error suponer que lo que no tenía una propuesta real de atención de problemas, salvo palabrería y retórica, podría generar un buen resultado. Hoy seguramente se dan de topes, pero en los hechos son cómplices, y lo siguen siendo por su despreciable silencio y complicidad con lo que sucede hoy en que se arrasa y destruye todo a simple vista.
Y así estamos hoy metidos en un buen brete. El país no ha avanzado en nada que se le parezca a resolver los temas que el partido hoy en el gobierno propuso como ejes de su campaña electoral en 2018. Los temas más relevantes de su propuesta frente a la población hoy lucen no solamente abandonados, sino incrementalmente complicados y sin control o solución visible ya en el tercio final del sexenio. Los agravios se multiplican porque la simple retórica y el discurso vano de nada sirven. De hecho empiezan a cobrar grandes cuentas porque la realidad de la devastación ya no es ocultable y es incrementalmente evidente para todos.
La coyuntura es delicada. Se despertó una cuestión muy delicada como es el que hubiera esperanza entre grandes sectores de la población de que en realidad se abatirían los reclamos que inhiben la seguridad, la justicia, y la inequidad. En su lugar se ha dado cita a la improvisación, la nula planeación, el desprecio por la ley, la suma de caprichos, y en general un desorden en todas las tareas de gobierno.