Desde hace tiempo, en función del gobierno estadounidense de Joe Biden, López Obrador ha decidido que aprovechará cada oportunidad para la irritación y el desplante.
No hay otra manera de explicar la decisión de boicotear la Cumbre de las Américas, que era importante para el presidente de Estados Unidos, o dedicar un sermón infinito dentro de la Casa Blanca, que incluyó elogios a China y críticas a la política interna estadounidense.
Habrá quien diga que este tipo de desafío es una muestra de dignidad.
Me parece un error.
La diplomacia mexicana no está para saciar los agravios de quien la ejerce. Está para defender los intereses de los mexicanos. Y la pregunta central en función de la relación con Estados Unidos todos estos años (Trump, Biden) es si México está aprovechando como debería un contexto que, en muchos sentidos, no podría ser más propicio para el crecimiento de la relación. Solo la distancia estadounidense de China debería representar una ventana de oportunidad suficiente para impulsar el crecimiento mexicano.
Pero para eso se necesita asumir la relación bilateral como una sociedad de verdad.
Esto no quiere decir supeditarse a la voluntad estadounidense. Eso es otra cosa. Pero sí quiere decir acercarse a la relación desde una disposición productiva, no confrontacional.