De acuerdo con Aguilar Camín, López Obrador perdió el piso tras su arrasadora victoria de 2018 y, al intentar operar un cambio profundo de forma acelerada y pasional, el presidente terminó por destruir las instituciones públicas y las capacidades de gobierno.
Con prosa exquisita, el historiador sentencia: “Pero creyó todo suyo y multiplicó en su cabeza el tamaño de su triunfo, se subió al pedestal de la victoria sin límites y dejó de oír (…). Se volvió entonces estridente y sordo: estridente para imponer su idea; sordo para escuchar la realidad”.
Pienso que se trata de un escrito valioso, que contiene algunas ideas y argumentos dignos de tomarse en cuenta y discutirse con seriedad. Sin embargo, discrepo de la mayor parte de los postulados de Aguilar Camín.
No veo ese “otoño” que tan hábilmente describe el historiador. No encuentro ese declive del que habla. No observo a ese presidente apurado y torpe, incapaz de entender el país, que retrata Aguilar.
Leo, más bien, a un autor apasionado, que vacía en un texto sus críticas más agudas contra el gobierno y sus anhelos más profundos de lo que se fue, del México que ya no es.
La chocante frase que tanto emplean los obradoristas para referirse a sus opositores —“Son nostálgicos del viejo régimen”— parece cumplirse a cabalidad en este caso. Un ejemplo nítido aparece en este párrafo, en el que, al referirse a las oportunidades que dejó escapar el presidente tras su llegada al poder, Aguilar Camín asevera:
“En 2018, la historia llamaba a su puerta generosamente. Le habían dejado en la mesa un aeropuerto de clase mundial, un sector energético bullendo de inversión en energías limpias y una reforma educativa abierta a la calidad. Desoyó todo eso. Machacó el aeropuerto y la confianza de los inversionistas, apagó los futuros del cambio energético y del cambio educativo”.
Es claro que Aguilar piensa que el país iba en la dirección correcta, lo cual es entendible y válido. No hay por qué desacreditarlo por ello. Sin embargo, lo que sorprende es que, en varios pasajes del texto, el autor se toma la licencia de hablar en primera persona del plural, a nombre de “los mexicanos”, como si todos nosotros compartiéramos esa simpatía por el proyecto neoliberal.
En ese sentido, el ensayo describe una realidad que yo no veo: la venda se cayó de los ojos de los mexicanos; el encantamiento de 2018 terminó; la decepción cunde y, en 2024, los ciudadanos echarán a Morena del poder. O en sus propias palabras: “Ha quedado claro para los mexicanos que es mucho más fácil prometer grandes cambios que hacerlos. Y que cambios revolucionarios o proyectos de gobierno que se presumen tales tienen altos costos antes de mostrar sus beneficios”.
Sí, es cierto, como el propio Aguilar Camín lo menciona, la aprobación del presidente ha caído desde su triunfo electoral hasta la fecha y los índices de votación de Morena se redujeron entre 2018 y 2021. Eso no se puede negar, pero ¿realmente nos encontramos ante una ola de decepción ciudadana, cuando el partido en el poder se ha cansado de ganar elecciones estos años (incluidas las de este domingo)?
Por lo demás, Aguilar Camín parece caer en el mismo wishful thinking que caracteriza a otros analistas de oposición: Morena ganó en 2018, en buena medida, por el impulso que le brindó Peña Nieto a cambio del famoso pacto de impunidad; Morena continúa ganando, en parte importante, por sus redes clientelares y porque el crimen organizado opera a su favor; la oposición derrotará a Morena, en automático, si Movimiento Ciudadano se une a la coalición Va por México.