¿Quiénes acompañaron al presidente? En primer lugar, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y el vocero de la Presidencia de la República, Jesús Ramírez Cuevas. Hasta ahí nada nuevo. Los otros dos acompañantes son los que llaman la atención: los secretarios de Marina y Defensa Nacional, José Rafael Ojeda Durán y Luis Cresencio Sandoval, respectivamente.
Una vez más, los militares ocuparon un lugar central en un acto importante del gobierno de López Obrador. Es fundamental dimensionar el tamaño del acontecimiento.
Hasta su tercer año de gobierno, el presidente sólo había viajado a Estados Unidos en visitas cortas para propósitos muy particulares. Ésta fue su primera gira de política exterior y no lo acompañaron, como normalmente lo hacían, los secretarios de Economía y Hacienda, o en su caso titulares de áreas específicas para firmar convenios para la cooperación en materia, por ejemplo, cultural, ambiental o agrícola.
Es más, si el tema de la gira era la seguridad, tampoco lo acompañaron los funcionarios civiles en esas carteras: el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, o la secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez.
No, nada de eso. Quienes acompañaron al presidente fueron los secretarios de Defensa y Marina. Tal parece que el presidente se siente cada vez más cómodo con ellos y, al mismo tiempo, se observa a ambos militares desempeñar este papel protagónico con mayor naturalidad y confianza.
Se trata de un signo más de los procesos paralelos e interconectados de militarización del gobierno civil y politización de las fuerzas armadas que está viviendo México. Estos procesos se alimentan mutuamente y lo más preocupante es que están avanzando a un ritmo vertiginoso, muy difícil de contener.
¿Qué tenían que hacer los más altos mandos militares del país acompañando al presidente a una gira de política exterior? ¿Cómo puede justificar el Ejecutivo federal su presencia en la comitiva? ¿Asistieron para reforzar la cooperación con algún Ejército de los países visitados? ¿Participaron en las pláticas con los funcionarios de los otros gobiernos? De ser el caso, ¿cuál fue su participación? El gobierno federal nos debe responder estas preguntas y otros tantos cuestionamientos.
Por ahora, para reflexionar en torno a estas interrogantes, vale la pena leer un artículo publicado en el número más reciente de la revista Proceso, escrito por Rafael Croda e intitulado “México-Cuba: López Obrador extiende la relación al plano militar”. Si bien el texto es hasta cierto especulativo, pues el gobierno federal no ha explicado por qué Ojeda y Sandoval acompañaron al presidente, también es útil para conocer las posibles consecuencias de una profundización de los vínculos entre los Ejércitos cubano y mexicano.
Por ejemplo, podría haber intercambios entre los institutos militares de ambos países para la formación de cuadros. También podría acordarse la capacitación de los oficiales cubanos a los mexicanos en labores de inteligencia y contrainteligencia.
Sin embargo, hay aspectos más alarmantes, con posibles impactos más profundos y duraderos. López Obrador podría ver al Ejército cubano como horizonte respecto al papel que deben desempeñar las fuerzas armadas en un “gobierno transformador”.