Desde siempre, la comedia tiene derecho – e incluso la obligación – de incomodar y hasta de ofender. Hasta la comedia más repugnante (y la hay) merece el respeto de la libertad de expresión. El analista Yascha Mounk lo explicó con claridad en Twitter. “Golpear a alguien está muy mal incluso si ese alguien hizo una broma mezquina sobre tu esposa”, escribió Mounk. “Esto realmente no debería ser tan difícil, amigos”. Pues sí: responder a un chiste con violencia es inaceptable.
Es así de claro, o debería serlo.
Por desgracia, no han faltado voces que felicitan a Smith por defender a su esposa del chiste de Rock, aunque esa defensa haya sido a través de la violencia física, como si golpear a una persona fuera un recurso admisible en una sociedad civilizada.
Otros más insisten en ponerle límites a la libertad del comediante. Sugieren, por ejemplo, que Rock no debió burlarse de la alopecia de la que sufre la señora Smith. Rock rebasó lo aceptable y se lo ganó. Esta invitación a la censura obliga, entonces, a varias preguntas: ¿quién decide qué es aceptable y qué no en la comedia? Si Rock “se pasó de la raya”, ¿dónde está la raya? ¿Dónde empezamos a censurar? ¿Quién ejercerá de ministro de lo tolerable en la comedia?
Pero hay algo más importante todavía: ¿la reacción a un comediante que se atreve a hacer un chiste de mal gusto, que puede irritar a quien lo recibe, debe ser la violencia? Me molestó lo que dices; ergo, te agredo físicamente.