Además de que se hubiera impulsado el respeto al medio ambiente; avanzado en la generación de energía a base de recursos renovables; abatido decididamente los niveles de pobreza; mejorado las condiciones de seguridad, privilegiando la calidad en la educación; inaugurado el hub aeroportuario más importante en Latinoamérica (NAIM Texcoco); incrementado los beneficios y cobertura del sistema de salud pública, y manejado diligentemente la pandemia.
Pero la realidad nacional es diametralmente distinta.
Hoy estamos en la antípoda de lo que describo. Y lo más grave es que quien tiene el timón del país no recapacita respecto al daño proferido en todas las pésimas decisiones que se han tomado, sino que incluso duplica la apuesta y le mete velocidad al camión que, sin chofer visible, se dirige sin frenos a una barranca profunda.
En medio de todo este sin sentido, en cuanto a políticas públicas y malas alternativas se refiere, el cúmulo de ideas que pasan por la cabeza del presidente se reducen a cuestiones muy básicas y simplistas. Nada complejo. Nada que requiera un análisis profundo. La vida es binaria para él. Todo se reduce a una ecuación de sumas y restas. La realidad en la que todos vivimos le es ajena porque no la entiende, no la vive, no le interesa.
Su definición de gobernar se limita a una narrativa en que conecte con la población que lo sigue con un fervor religioso, casi como divinidad. En ese vínculo lleva todo su impacto. Resultados como los que quisiéramos celebrar, no, esos son innecesarios cuando la realidad alterna únicamente requiere de voluntad e ilusión. Por ello es tan importante para él que el ejercicio matutino diario funcione como un estupefaciente para las masas cegadas por la esperanza que hábilmente les vende.
Ahora estamos en la antesala de un nuevo capítulo de distractores porque al descubrirse que los hijos del presidente son beneficiarios directos de esquemas de conflictos de interés y corrupción, se debe romper la atención, y recurre a todo para hacerlo. Golpear a la prensa es una manera y el otro es el absurdo proceso revocatorio.
Sobre este último tema es donde queremos centrar la atención ahora. Aunque parecería que un ejercicio que pueda acabar anticipadamente el periodo presidencial de quien tanto daño ha causado nos debería volcar a las urnas, otra vez estamos ante lo opuesto, lo impresentable. Me explico:
Primer punto. El origen de este proceso debería darse como una exigencia de un grupo de ciudadanos que, molestos ante el desempeño acumulado, fueran a solicitar a la autoridad electoral el arranque del proceso. Sin embargo, en este caso la realidad es inversa, fueron los adeptos del presidente y sus agrupaciones quienes fueron a causar que el procedimiento se realizara (incluyendo muertos).
Segundo punto. La pregunta fraudulenta (avalada por cuatro Ministros de la SCJN) ahonda más la confusión porque introduce directamente el concepto de ratificación, el cual nada tiene que ver con lo que expresa el artículo 35 constitucional. Lo único que importó fue el que se enfatizara que el deseo y el capricho presidencial son figurar en una boleta, a sabiendas que ningún efecto legal generará (porque la exigencia de quienes no coincidimos con su forma de conducir el país es que se ponga a trabajar en serio), pero que él puede explotar en su narrativa.