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#ColumnaInvitada | El despertar

El enojo del presidente, descubierto en la falacia de su discurso de austeridad e integridad, le ha hecho trasgredir el Estado de Derecho.
mar 22 febrero 2022 05:00 AM
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Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, se expresa confiado en que la investigación sobre su hijo y la renta de una casa en estados Unidos será favorable.

El 11 de febrero de 2022 el presidente Andrés Manuel López Obrador cruzó el Rubicón. Fue más allá del límite de la legalidad, llevó a cabo una transgresión delictiva directa del Estado de Derecho, ignoró su obligación primordial de cumplir y hacer cumplir la ley, rompió el Estado de Derecho y trazó con ello la ruta hacia el autoritarismo desenfrenado e irracional, que empieza a mostrar los rasgos iniciales del despotismo que hoy se padece en Nicaragua.

La persecución desde el Gobierno de la República, con el propio titular del Poder Ejecutivo al frente, en contra de ciudadanos que ejercen el periodismo de manera crítica, sumado a sus continuas embestidas contra los organismos autónomos de encargados de la función electoral (INE) y de promoción de la transparencia y la protección de datos personales (INAI), parecen ser el inicio de una política pública que develará la realidad de un régimen abiertamente autoritario en México.

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Cuando el Presidente de la República exhibió amenazante los supuestos ingresos del periodista Carlos Loret de Mola, como reacción a la publicación de un reportaje que puso en evidencia la holgada vida del mayor de sus hijos en el extranjero, y un probable conflicto de intereses con la paraestatal Pemex de por medio, su conducta fue agraviosa en términos políticos, cruzó el umbral de la legalidad para actuar abiertamente de forma antijurídica.

La publicación del reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Latinus, sobre la Casa Gris de la familia de José Ramón López Beltrán, marca un antes y un después en el actuar presidencial.

Parecería que el residente del Palacio Nacional maduró a lo largo de varios meses su beligerante y transgresora estrategia, cuando enfrentó públicamente y de manera extraoficial anteriores escándalos de corrupción que involucraron a sus hermanos Pío y Martín López Obrador, a oficiales de la mayor cercanía como su secretario particular, y a funcionarios encargados de áreas estratégicas del gobierno, así como los directores generales de las más importantes empresas del Estado, a saber Pemex y la CFE.

Estos hechos, particularmente la Casa Gris de Houston en la que vivió su primogénito y estratega de campaña, evidencian que el mensaje de austeridad escenificado con la negativa a habitar en Los Pinos, estacionar el avión presidencial o trasladarse en un sedán austero, ya no se sustenta en los hechos.

El aroma pestilente de corrupción es tan evidente y los signos de conflicto de interés son tan claros, que en cualquier régimen democrático ya se estaría realizando una investigación independiente para clarificar los probables delitos cometidos en el entorno del poder.

El discurso de la austeridad a ultranza proclamado como consigna cuasi religiosa por el presidente, y que ha pretendido imponer como dogma a la sociedad, se contradice con la abundancia sospechosa por su origen y sigilo que se disfruta en el entorno familiar del Presidente.

A la luz de los hechos, la llamada austeridad republicana es un precepto para los ciudadanos de a pie, pero inaplicable en las cercanías del Presidente. Los hijos, hermanos, y colaboradores íntimos no tienen que padecer las normas de medianía que se predican por el Jefe del Ejecutivo.

Ahora sabemos que se está madurando en el nido mismo del obradorismo una sociedad de nuevos intocables y privilegiados en la clase política.

El enojo del presidente, descubierto en la falacia de su discurso de austeridad e integridad, le ha hecho trasgredir el Estado de Derecho.

Nunca antes un Presidente de la República llevó a cabo una violación delictiva de la ley, cuando de manera pública, reiterada, directa, personal y ataviado con la investidura presidencial, exhibe información fiscal, reservada, con el único propósito de desacreditar a un comunicador.

La gravedad de este acto, en términos democráticos, significa el rompimiento del Estado de Derecho por el propio Presidente Andrés Manuel López Obrador, y sus primeros pasos francos, por la senda del autoritarismo.

En contraparte al absolutismo emergente del inquilino de Palacio Nacional, las revelaciones periodísticas sobre la inconsistencia de la realidad con los preceptos morales del presidente, sumado a la reacción ultra autoritaria del Ejecutivo, han llevado de la indignación a un verdadero despertar ciudadano.

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Insólito, también, los mexicanos se han unido a la condena sobre el ilegal actuar del presidente, y le han arrebatado el poder sobre la agenda nacional.

Los excesos de su hijo, y el conflicto de intereses que ha ido escalando hacia el centro de la administración federal, ha sido la constante informativa del país, a pesar de los distractores creados desde la conferencia palaciega de cada mañana.

La ciudadanía abierta, la comunidad intelectual, los periodistas independientes y múltiples organismos de la sociedad civil, con sus señalamientos, activismo digital y exigencia hoy exigen explicaciones frente a las evidencias de corrupción y rechazan las reacciones autoritarias que se perpetran desde el poder.

Quien soñaba con instaurar un cambio de época y establecer desde la supuesta superioridad moral un liderazgo maximalista, hoy se sabe, para citarlo, moralmente derrotado.

Puede ser que el punto de inflexión haya ocurrido el viernes 11 de febrero, pero las consecuencias de esos actos apenas comienzan y son todavía incalculables.

El escenario de sus conferencias mañaneras que tanto poder le dio en el pasado, no puede soportar un escándalo que toca a la familia presidencial.

El coloso tiene los pies de barro y se tambalea. El sacerdote de la democracia resultó un impostor autoritario. La infalibilidad de López Obrador no existe más.

El letargo social de México está terminando. Empieza ya el despertar ciudadano.

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El autor es Co-fundador de Sí por México.

Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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