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Ni la democracia empezó en el 2000 ni muere ahora

En México nos gusta rasgarnos las vestiduras. Es más fácil que analizar nuestra situación y asumir los errores propios, por ejemplo, lo que como sociedad hemos dejado de hacer por la democracia.
mié 22 diciembre 2021 11:59 PM
Elecciones
En 2021, México vivió las elecciones más grandes de su historia hasta ahora.

Recientemente se escucha por varios lados que la democracia mexicana está agonizando, que prácticamente está en su lecho de muerte. Que el régimen actual hace todo lo posible por terminar con la lucha de décadas por la apertura democrática.

Si bien el actual presidente tiene poco talante democrático, las aseveraciones de esta naturaleza suenan por demás fatalistas. Tan fatalistas como absolutistas eran las aseveraciones de que antes del 2000 no había democracia en México.

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En nuestro país nos gusta rasgarnos las vestiduras y llevar temas al extremo. Es siempre más fácil que analizar bien nuestra situación y, sobre todo, asumir los errores propios o esforzarse por hacer lo que a cada uno nos corresponde.

Mucho nos convendría en México ser menos tajantes y más analíticos. Habría que empezar por entender bien el concepto de democracia, y conocer realmente el proceso de apertura y consolidación que por décadas se ha vivido.

Aseverar que la democracia mexicana empezó en el 2000 es, por decir lo menos, una clara confusión de conceptos; es no saber diferenciar entre democracia y alternancia.

Pero en realidad, esa aseveración refleja más o una falta de conocimiento o entendimiento de nuestra historia o simplemente un comentario fácil, ya sea para denostar o para vanagloriar.

La realidad es que fueron justamente los avances democráticos de por lo menos 23 años de reformas, y hechos democráticos, los que hicieron posible la alternancia del 2000.

Lo que empezó desde, al menos, 1977 fue lo que pavimentó ese camino a la democracia que culminó con la primera alternancia de partido en la presidencia en 71 años. Es decir, fue gracias a que había una democracia en franca consolidación que se llegó a ese 2000.

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La competencia electoral ya formaba parte de nuestras vidas. Las alternancias a nivel de gubernatura se venían dando desde 1989 y desde mucho antes a nivel municipal. Ya se había incorporado formalmente a los partidos de izquierda en diversas áreas.

En el Congreso ya no había una sola fuerza política. Muchos ven a 1997 por ser cuando el PRI perdió la mayoría simple. Pero muy pocos se remontan a 1988, que perdió la mayoría calificada.

Desde 1991 las elecciones ya no eran organizadas por el gobierno. Se creó el Instituto Federal Electoral, al cual se le dio plena autonomía, lo que lo ha convertido en una de las instituciones electorales más respetadas del mundo.

No solo se trabajó en la apertura económica del país, sino en forjar nuevas instituciones para los nuevos tiempos, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, o la plena autonomía al Banco de México, uno de los más respetados en el mundo.

El 2000 fue la cristalización visible de un proceso democrático de décadas, que después nos trajo dos alternancias más por el voto ciudadano: en 2012 que regresa el PRI a la presidencia y en 2018 que llega la actual fuerza política.

Así es como también se debe analizar lo que ocurre actualmente en el país. Por supuesto que es claro que al presidente no le gustan las instituciones democráticas. Le estorban para sus intereses electorales. Pero esas instituciones siguen allí, de pie.

El presidente es solo un actor dentro de nuestro sistema político y democrático. Un actor muy importante, pero no el único. Por más intentos que ha tenido de centralizar todo, las instituciones judiciales y las electorales se han mantenido en pie para evitarlo.

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Los órganos constitucionalmente autónomos continúan presentes; sí con algo de cooptación algunos, pero no en un nivel dramáticamente superior a lo que ya estábamos acostumbrados con gobiernos anteriores.

La competencia electoral sigue vigente, como lo pudimos ver en las elecciones de junio pasado, y en las de 2019 y 2020. La elección de 2018 fue atípica, pero poco a poco las dinámicas electorales locales van recuperando su curso.

Lamentablemente lo que sigue ausente es que todos los actores de la sociedad asumamos nuestro rol y nuestra obligación con el fortalecimiento de la democracia en México. Falta participación ciudadana, faltan actores con legitimidad social.

Hablar de que el presidente está terminando con la democracia es claudicar a nuestras responsabilidades para mantenerla sana y firme. Es la salida fácil. Es desconocer todo el entramado institucional que se ha logrado en los últimos 40 años.

Claro que falta mucho para consolidar nuestra democracia, pero no solo depende del gobierno en turno. La principal responsabilidad es nuestra, de todos los actores de la sociedad.

Ni en la era hegemónica hubo total ausencia de democracia, como muchos dicen, ni la democracia empezó el 2000 como dicen otros, ni hoy se busca regresar a ese modelo tan hablado, que no es más que una interpretación personalísima de ese modelo.

La democracia la hacemos y la destruimos todos. Que estas fechas de reflexión sirvan para pensar de qué lado de la historia queremos estar como sociedad.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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