Por mucho tiempo, México pareció mantenerse en sentido contrario de los movimientos político-sociales de América Latina que fueron marcando lo que hoy son los países “hermanos”.
La mayor parte del siglo pasado, México fue el único país de América Latina que logró niveles aceptables de estabilidad política, social y económica. Mientras el resto, desde Guatemala hasta la Patagonia, se debatían entre golpes, dictaduras, guerrillas y protestas.
Ya entrados en el siglo XXI, y con la nueva realidad de pluralidad política y competencia electoral de nuestro país, mientras buena parte de América Latina se cargaba hacia gobernantes de izquierda, nosotros nos fuimos moviendo hacia la centro-derecha.
En el auge de los Chávez, los Evos, los Correas, los Kirchners o los Ortegas, acá entramos en dos gobiernos panistas de derecha, y en un último gobierno “priista” que parecía más de derecha que el PAN y que acabó con el propio PRI.
Y cuando el péndulo en la región se cargó al otro lado y surgieron los Duques, Macris, Kuczynskis, Bolsonaros o Piñeras; en 2018 en México decidimos virar radicalmente a lo que se autonombra de izquierda con el Lopez Obradorismo, aunque en realidad sea tan de izquierda como Calderón.
Lejos quedaron esos tiempos en que México, a pesar de sus propios problemas y del sistema hegemónico, tuvo gobiernos y un sistema político capaz de tener una visión que le diera rumbo al país, y diferenciarlo del resto de la región.