Si. Era Andrés Manuel hablando de manera fluida y con un discurso innovador, desafiante pero conciliador. Muy lejos quedaron esas participaciones lentas y polarizadoras que ha tenido en sus ruedas de prensa mañaneras.
La oposición poco pudo criticarle, quizá su vestimenta –un traje un poco más grande que su talla– u otras situaciones triviales. El presidente mexicano sabe como “transformarse” en momentos donde debe mostrar su mejor talante.
AMLO tiene esa manera camaleónica profesional de hablarle a todos los que tiene presentes, lo que quieren escuchar. ¿Un don o experiencia adquirida? Solo él y sus más cercanos podrían responder esa interrogante.
Lo que podemos percibir es una astucia única cuando se trata de temas internacionales, dejando atrás polémicas y diatribas, para pasar a consensos y debates asertivos. Vaya, incluso su mayor opositor y adversario político, Ricardo Anaya, tuvo que aceptar –a regañadientes– el buen desempeño del presidente.
A esta forma de hacer política es quienes los estudiosos de la filosofía política llaman un “pragmático”. Dejando ideas que mantiene personalmente, el tabasqueño sabe llegar a acuerdos cuando le es necesario: con los católicos es devoto de la virgen morena. Con los evangélicos, entregado a Cristo y admirador de Lutero. Con los comunistas, un fan del Che Guevara y la revolución cubana. Con los maestros, “el mayor defensor y respetuoso de sus derechos”. Cuando habla en las comunidades más pobres, enarbola la bandera de “primero los pobres”. Con los gobernadores, es el presidente de oposición que los llama a puestos importantes.