Sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos. Para el Presidente, es una estrategia clara y bien pensada, que le ha dado réditos políticos y electorales comprobados gracias a su infinita capacidad de comunicar de manera sencilla y asertiva, aunque diga mentiras.
Para la oposición y para los contrapesos no es una estrategia, sino la muestra de varios problemas estructurales. Por un lado, su visceralidad, prejuicios y enojo les nublan la mente. Lejos de pensar claramente para ver la estrategia mesiánica, quedan obnubilados por su inmadurez.
No parecen darse cuenta de que el Presidente busca acorralarlos, llevándolos a un terreno narrativo y discursivo en el que no saben moverse. Y no saben por tanto tiempo que se confiaron en que solo su élite decidía sobre los destinos del país.
Por otro lado, demuestra su alto desinterés por entender la realidad social, analizar por qué es tan exitoso el Presidente en su comunicación, y definir una estrategia que sea capaz de contrarrestar esa conexión que tiene con la sociedad.
Siguen sin entender que el único actor público con legitimidad social suficiente es el Presidente. Y que es justo esa legitimidad lo que permite mantenerse sólido en sus niveles de aceptación, a pesar de que su gobierno esté reprobado en la percepción pública.
Esa legitimidad le permite al Presidente salir a denostar a cuanto actor se le pone en frente, y a explotar diario sus mensajes de corrupción y abusos del pasado, que sí existieron y que sí afectaron a la sociedad mexicana al punto de llevarla al hartazgo y el enojo de 2018.