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Cuba: la normalización de la anomalía

Que los medios de comunicación internacionales hayan perdido interés respecto a lo que está pasando en Cuba tras las protestas es una señal de que hemos normalizado la anomalía cubana.
mié 11 agosto 2021 12:07 AM
Cuba - protestas en La Habana
La mayoría de los medios dejaron de seguir la información de las protestas en Cuba.

Hace un par de semanas la revolución cubana cumplió 62 años en el poder. En medio de un ciclo informativo concentrado en el estallido social que recientemente sacudió a la isla, la efeméride pasó casi desapercibida. Sin embargo, hay en ella un dato que tal vez sirva para poner en perspectiva lo que está pasando en Cuba y contribuya a pensarlo, de hecho, más allá del rutinario estruendo de la veleidosa coyuntura informativa.

Me refiero al dato de que ya ha pasado más tiempo entre la caída del muro de Berlín (noviembre de 1989) y el reciente aniversario del régimen revolucionario, que entre la victoria de la revolución (enero de 1959) y la caída del muro de Berlín. En otras palabras, la mayor parte de la historia del régimen del 26 de julio ha transcurrido después de la Guerra Fría: fuera del contexto de las descolonizaciones de la posguerra y ya sin el cobijo estratégico de la Unión Soviética. Desgastados el ímpetu antimperialista de sus primeras décadas y el brillo de sus logros iniciales en materia de educación y salud, la imagen del régimen de la revolución cubana es la imagen de una lenta, larga y dolorosa agonía.

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El problema, sin embargo, es que a pesar de esa aparente agonía el régimen resiste. Resistió el embargo estadounidense, la tercera ola de democratizaciones en América Latina, el colapso de la órbita comunista, la extrema precarización de las condiciones de vida en la isla durante el “periodo especial”, el auge y deterioro de su turbio vínculo con la Venezuela chavista, la muerte de su líder histórico, la ola de reformas liberalizadoras y el proceso de deshielo de las relaciones con Estados Unidos durante las presidencias de Raúl Castro y Barack Obama, el posterior recrudecimiento de sanciones impuesto por Donald Trump y el nuevo endurecimiento encabezado por Miguel Díaz-Canel. En fin, a la luz de todas esas circunstancias, más que como un régimen en agonía el cubano se revela como la cucaracha de los regímenes políticos: a todo sobrevive.

Después de las espontáneas protestas populares por la crisis sanitaria derivada de la pandemia, el racionamiento de alimentos y medicinas, así como por la falta de libertad de expresión y asociación en la isla, la prensa internacional dejó de prestar atención justo en el momento más sintomático: el de la resaca represiva contra quienes quisieron ejercer sus derechos ciudadanos y ahora enfrentan la feroz represalia de un régimen empeñado en perseguirlos, torturarlos, sentenciarlos y encarcelarlos, cuando no en desaparecerlos. “Todo parece indicar”, escribió el periodista cubano Abraham Jiménez Enoa , “que los manifestantes apresados pagarán los platos rotos de la molestia generalizada en el país a manera de escarmiento ejemplarizante para evitar que se vuelva a producir otro levantamiento popular”.

Desde luego, parte de la vocación dictatorial del régimen cubano se expresa precisamente en la arbitrariedad de la respuesta policiaca, en los juicios sumarios, en la falta de información sobre las imputaciones contra los detenidos y su paradero. La opacidad y la secrecía, como argumentó hace años Robert Barros , son una de las principales características de los regímenes autoritarios y, al mismo tiempo, uno de los principales obstáculos para estudiarlos. Con todo, esos abusos, esa falta de transparencia y legalidad, no tienen por qué representar un disuasivo para la prensa internacional. Al contrario, esa es la nota.

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Con todo, que los medios de comunicación internacionales hayan perdido interés respecto a lo que está pasando en Cuba tras las protestas es una señal de que hemos normalizado la anomalía cubana: que imperen el miedo, el amedrentamiento y la represión; que no haya partidos opositores que puedan canalizar la energía del estallido social; que no haya liderazgos ni condiciones para convertirlos en un movimiento más duradero; que no haya espacio para la pluralidad ni la disidencia. Nos hemos acostumbrado a preguntar por qué caen los regímenes autoritarios o por qué mueren las democracias. Pero el caso cubano nos obliga a plantear otra pregunta: por qué duran las dictaduras.

La respuesta también es, también debería ser, noticia.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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