El problema, sin embargo, es que a pesar de esa aparente agonía el régimen resiste. Resistió el embargo estadounidense, la tercera ola de democratizaciones en América Latina, el colapso de la órbita comunista, la extrema precarización de las condiciones de vida en la isla durante el “periodo especial”, el auge y deterioro de su turbio vínculo con la Venezuela chavista, la muerte de su líder histórico, la ola de reformas liberalizadoras y el proceso de deshielo de las relaciones con Estados Unidos durante las presidencias de Raúl Castro y Barack Obama, el posterior recrudecimiento de sanciones impuesto por Donald Trump y el nuevo endurecimiento encabezado por Miguel Díaz-Canel. En fin, a la luz de todas esas circunstancias, más que como un régimen en agonía el cubano se revela como la cucaracha de los regímenes políticos: a todo sobrevive.
Después de las espontáneas protestas populares por la crisis sanitaria derivada de la pandemia, el racionamiento de alimentos y medicinas, así como por la falta de libertad de expresión y asociación en la isla, la prensa internacional dejó de prestar atención justo en el momento más sintomático: el de la resaca represiva contra quienes quisieron ejercer sus derechos ciudadanos y ahora enfrentan la feroz represalia de un régimen empeñado en perseguirlos, torturarlos, sentenciarlos y encarcelarlos, cuando no en desaparecerlos. “Todo parece indicar”, escribió el periodista cubano Abraham Jiménez Enoa , “que los manifestantes apresados pagarán los platos rotos de la molestia generalizada en el país a manera de escarmiento ejemplarizante para evitar que se vuelva a producir otro levantamiento popular”.
Desde luego, parte de la vocación dictatorial del régimen cubano se expresa precisamente en la arbitrariedad de la respuesta policiaca, en los juicios sumarios, en la falta de información sobre las imputaciones contra los detenidos y su paradero. La opacidad y la secrecía, como argumentó hace años Robert Barros , son una de las principales características de los regímenes autoritarios y, al mismo tiempo, uno de los principales obstáculos para estudiarlos. Con todo, esos abusos, esa falta de transparencia y legalidad, no tienen por qué representar un disuasivo para la prensa internacional. Al contrario, esa es la nota.