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Volver a clases: el laberinto de la desconfianza

El riesgo de contagio llegó para quedarse y no hay de otra que aprender a gestionarlo. Admitámoslo, si no de buena gana, por lo menos de una buena vez: la vieja normalidad ya no va a regresar.
mié 04 agosto 2021 12:05 AM
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La mayor parte de las familias tienen miedo de regresar a clases presenciales por los contagios de COVID.

La pregunta no es si volver o no a clases, la pregunta es cómo. Porque a clases hay que volver lo más pronto posible. Esperar a que acabe la pandemia o a que todos estemos vacunados es fugarse irresponsablemente hacia un mundo de fantasía. Ninguna de esas dos condiciones es realista. El virus no va se va a extinguir. Y dado lo lenta que va la vacunación en México, y el hecho de que en ningún lugar del mundo han vacunado todavía a los menores de 12 años, tampoco es viable esperar hasta que haya una inmunización universal o casi.

El riesgo de contagio llegó para quedarse y no hay de otra que aprender a gestionarlo. Admitámoslo, si no de buena gana, por lo menos de una buena vez: la vieja normalidad ya no va a regresar.

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Eso no significa, sin embargo, que haya que volver a clases “llueva, truene o relampaguee”, como anunció López Obrador. Esa es exactamente la peor manera de plantear la cuestión. Como un capricho desde las alturas del poder presidencial, o como un trámite estrictamente burocrático, y no como un proyecto colectivo que tiene como propósito rescatar a los niños y jóvenes de los estragos del confinamiento. Los costos sociales y económicos de mantener las escuelas cerradas son muy altos –véanse, por ejemplo, los argumentos de la UNICEF , el Banco Mundial o de Human Rights Watch al respecto–. Pero hay que hacerlos explicitos, comunicarlos con claridad y contundencia. Se trata de persuadir, no de imponer ni regañar.

Porque el punto de partida es muy adverso. Según una encuesta reciente , la mayoría de la población está en desacuerdo con el regreso a clases presenciales y considera que es mejor mantener las restricciones y medidas de aislamiento. ¿Por qué? Porque los contagios van en aumento, porque las muertes han sido muchas, porque a estas alturas es incontrovertible que el manejo de la pandemia por parte de las autoridades ha sido muy deficiente. Los mexicanos, en suma, tienen miedo. No es un miedo absurdo sino racional, con motivos válidos, a fin de cuentas una consecuencia lo que ha sido la traumática experiencia del último año y medio. Y ese miedo engendra desconfianza.

Revertirla será un desafío mayúsculo, tanto en términos logísticos como de comunicación. Para lograrlo es necesario mostrar genuina empatía con las familias y los maestros, brindar los apoyos que hagan falta a las escuelas, demostrar que el regreso a clases presenciales no es una decisión tomada a la ligera sino una política pública bien sustentada, basada en evidencia, con suficientes protocolos y presupuestos. Justo lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora. No es cuestión de que lo crea el presidente, de que esté o no personalmente convencido. Eso es irrelevante. Y menos ayudan sus desplantes tipo “No me importa que la mayoría esté pensando en no regresar, yo voy a sostener que es indispensable” o “¿No quieren que vayan sus hijos a la escuela? Pues no los manden, somos libres”. Lo importante, lo verdaderamente sustantivo, es otra cosa: ¿cuál es el plan para volver a clases? ¿En qué se basa? ¿Cómo se va a implementar? ¿Quién asume qué responsabilidades? ¿Con qué visión de futuro?

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No es que ante la emergencia por la pandemia hayamos olvidado el valor de la educación. Es que la educación, desde hace tiempo, dejó de estar entre las prioridades nacionales. La pandemia solo se encargó de hacer lastimosamente visible ese hecho. La ironía, con todo, es que un gobierno tan supuestamente preocupado por la historia no pueda, no quiera o no sepa reconocer que no hay ningún asunto de tanta trascendencia, de mayor impacto en el mañana, que lo que hagamos con el regreso a clases hoy.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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