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Lectura equivocada

El hoy Presidente, en su vida partidista, siempre se dedicó a cooptar instituciones, no a mejorarlas ni consolidarlas. Nunca ha sido su intención democratizar, sino centralizar.
lun 10 mayo 2021 06:20 AM
El Presidente Andrés Manuel López Obrador en la tradicional conferencia de todas las mañanas, respondió las preguntas de los reporteros, en el salón tesorería de Palacio Nacional. Con el, el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán.
El presidente en su estrategia de comunicación.

Ya lo hemos dicho en este espacio, se equivocan de manera preocupante aquellos que tanto insisten en señalar que el Presidente está tratando de replicar el sistema de partido hegemónico, y que la idea de autoritarismo antidemocrático que hoy vemos viene como legado de aquella época.

Se equivocan ya sea por desconocimiento de la historia política de México, por falta de entendimiento del PRI y el llamado sistema hegemónico, o por incomprensión del actual Presidente y fobia hacia él. O, todas las anteriores.

Cuando se piensa en los 71 años ininterrumpidos de gobiernos priistas, se les suelen atribuir de manera fácil y poco sustentada características superficiales antidemocráticas, dictatoriales o autoritarias que poco reflejan lo que en realidad fue el sistema priista.

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Efectivamente, el PRI fue partido hegemónico durante muchas décadas. Pero eso no significaba que fuera un sistema de un solo hombre. Había, por inverosímil que parezca, un sistema interno de pesos y contrapesos, de negociaciones, de acuerdos.

El PRI, y sus gobiernos, no eran entes monolíticos. Hay que entender la naturaleza misma de la creación del Partido, desde el Poder, para gobernar un México atomizado y convulso. A diferencia de Morena, que fue creado única y exclusivamente para llegar al poder en un México más estable.

Retomando la experiencia del Portesgilismo en Tamaulipas, en 1929 el PNR se constituyó en tres sectores: el militar, el campesino y el obrero. El objetivo era claro: aglutinar y representar a los sectores más representativos de la sociedad de aquella época.

Algo que entendía muy bien el PRI, y por lo que se esforzó tanto en llegar de manera efectiva a todos los grupos sociales, es que México estaba roto. Era fundamental construir identidad nacional, generar ese sentido de ser mexicano, ese nacionalismo que logró amalgamar a los mexicanos.

La institucionalidad estaba en el DNA del PNR, que se fue construyendo como un partido perfectamente organizado, con áreas y carteras que reflejaban a las de gobierno, puesto que el partido funcionaría como un brazo de extensión hacia la sociedad.

Dada la época, en el Partido se entendió desde el principio que era urgente acercar las posturas de los diferentes grupos sociales, antagónicos y enfrentados, para forjar un país estable en lo social, lo económico y lo político.

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A diferencia de lo que hoy sucede con la 4T, que lejos de acercar a los grupos sociales pugna diariamente por confrontar y dividir, como si no supieran lo que la división social ha traído a México.

Así, el sistema hegemónico tenía una premisa: negociar con los grupos divergentes al interior, encontrar las convergencias y así generar agendas que permitieran a México salir adelante.

El sistema entendía los momentos de cambio de la sociedad y del mundo. Fue así que, una vez alcanzada cierta estabilidad, se decide terminar con los gobiernos militares para transitar a gobiernos civiles. Lo que significó una de las etapas de mayor negociación interna.

Con el PRM, se elimina el Sector Militar, y para preparar a la sociedad para una transición pacífica y sostenible hacia gobiernos civiles, se crea el Sector Popular en 1943, representado por la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, la CNOP.

Muchos, los poco conocedores de historia política, creen que la CNOP solo se hizo para llegar a las nuevas clases urbanas. En realidad, su objetivo principal fue aglutinar a la sociedad para transitar juntos al mayor cambio político y social, que se da en 1946 con el primer gobierno civil.

Para los gobiernos priistas era claro que la mejor manera de consolidar la estabilidad social, política y económica, era construyendo instituciones sólidas y duraderas, que permitieran continuidad a pesar de quién llevara las riendas.

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El que los Presidentes hacían y deshacían a su antojo es un gran mito genial que sirvió a los críticos del sistema. Las instituciones ponían límites. Y el propio partido y sus sectores y organizaciones eran las aduanas internas. Había una democracia sui generis, por contradictorio que parezca.

Entendiendo la institucionalidad, y dada la gran capacidad de adaptarse a los tiempos, el sistema priista no solo permitió, sino abanderó muchos de los grandes cambios político electorales que dieron paso al largo e inacabado proceso de apertura democrática.

Los más paradigmáticos, como la reforma de 1977 de Reyes Heroles o las reformas de los años 90 de Salinas, fueron impulsados por el propio sistema. Se entendía que ya no había espacio para la hegemonía, que se tenía que abrir el sistema, con un plan serio y una estrategia bien pensada.

Y como pilar de estabilidad, se entendió la necesidad de consolidar instituciones autónomas clave como el Banco de México, el INEGI, o la COFECE para acompañar los cambios políticos.

Incluso perdiendo el poder, el PRI se mantuvo institucional, demostrando su naturaleza con un proceso terso y pacífico en el 2000. Y más aún, dando estabilidad a la República en 2006 cuando PAN y PRD estaban enfrascados en sus pugnas postelectorales.

Lamentablemente, con el Peñismo llega la antítesis de la institucionalidad y la democracia. Por eso deshicieron las instituciones, y al propio PRI y el resto de los partidos.

AMLO nunca vivió el ala institucional del PRI. Siempre fue parte de los grupos reaccionarios y subversivos, no del priismo “mainstream”. Y cuando se va al PRD, consolida en ese partido el profundo divisionismo con el que fue creado, y que costó la muerte de la izquierda real mexicana.

El hoy Presidente, en su vida partidista, siempre se dedicó a cooptar instituciones, no a mejorarlas ni consolidarlas. Nunca ha sido su intención democratizar, sino centralizar. Debemos entenderlo así y dejar de compararlo con el PRI.

El ejemplo más reciente son las declaraciones irrisorias del viernes. No, Señor Presidente, no tiene usted el tamaño para compararse con Francisco I. Madero (y vaya que la vara de Madero no es tan alta).

Y no, Señor Presidente. No hay intentos de golpe de Estado en su contra. Lo que hay es su talante profundamente antidemocrático, a pesar de que si hoy es Presidente es porque en México había democracia, que hoy usted pretende dinamitar.

Lo que hay, también, es su plena incapacidad y negación a entender que hay gente que pensamos distinto, y que buscamos un México mucho más democrático, incluyente y verdaderamente social.

El problema es si vamos a entender la realidad en la que estamos, y dar la verdadera lucha para no parar el camino de consolidación democrática iniciado hace décadas, sí, durante el priismo.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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