Desde nuestra perspectiva, decidir votar desde la cárcel es poder incluirse en la toma de decisiones relacionadas con la sociedad a la que pertenecen. Este ejercicio podría reforzar, en términos políticos, los vínculos sociales, garantizar el involucramiento en la participación democrática de sus comunidades y darles la oportunidad -hasta hoy negada- de moldear la realidad a la que se enfrentarán una vez que salgan de prisión, en relativa igualdad de condiciones con las demás personas votantes.
Hablar hoy de votar desde el encierro en prisiones abre también la puerta a la discusión sobre las condiciones de vida dentro de estos espacios y la falta de acceso a derechos de quienes las habitan; de quiénes son las y los perpetradores de estas violaciones; de cuáles son las vías para erradicarlas; de cuál es el papel de las y los actores políticos -y las y los votantes- en la configuración de sistemas de corrupción, autogobierno, violencia sistemática e impunidad en las prisiones.
Sin duda, este ejercicio ayudará a dar visibilidad a las personas privadas de la libertad y, ojalá, a generar interés de las y los candidatos electorales y partidos políticos sobre sus condiciones de vida, de modo que, tras estar en el completo olvido de la agenda política y electoral, por fin sean consideradas y considerados dentro de los programas y propuestas de políticas públicas y algunas de estas estén encaminadas al mejoramiento de las prisiones en las que hoy se encuentran, así como de las realidades que les esperan ese día en que, por fin, crucen la puerta hacia su libertad.
Si este ejercicio es tomado en cuenta, respetado y seriamente incluido en el proceso político electoral que ya ha arrancado, el derecho al voto de personas en prisión preventiva podría tener un impacto real en el proceso de reinserción social y, por qué no, en los resultados electorales.
Quedará, por parte de autoridades electorales y de instituciones y partidos políticos, asegurar que los procesos de registro de personas votantes así como el propio ejercicio del voto puedan darse en condiciones de equidad, seguridad y secrecía; que la calidad y cantidad de información sobre las y los candidatos que llegue a las y los votantes en prisión sea accesible y suficiente; que puedan emitir su voto de manera libre y sin coacción; que existan ajustes y reconocimiento necesario para personas de distintos grupos en vulnerabilidad como es las personas con discapacidad, la población trans, las mujeres, las personas indígenas… y, finalmente, que exista personal debidamente capacitado y espacios dignos para llevar a cabo este ejercicio.