Hace unos días apareció en redes sociales un video en el que una enfermera aplicaba una vacuna contra el coronavirus utilizando una jeringa vacía. El caso provocó un breve pero comprensible escándalo. El proceso de vacunación es la gran prioridad mundial. El futuro de todo depende de garantizar su marcha eficaz y honesta. Es evidente que casos como el de la famosa jeringa de aire merecen denunciarse y no deben repetirse.
#LaEstampa | La vacuna de aire
El gobierno de México debió reaccionar así, sin mayores aspavientos. La denuncia del error cometido por la enfermera en cuestión no es ni una crítica al gobierno en sí ni mucho menos una afrenta al presidente de México en particular. Por desgracia, el caso terminaría por convertirse en el ejemplo más absurdo de uno de los grandes vicios del régimen actual: su absoluta incapacidad para reconocer, sin ambages, un tropiezo.
Antes que aceptar lo que sucedió, comprometerse a una vigilancia más eficiente y seguir adelante, el gobierno y sus simpatizantes optaron por una reacción fuera de cualquier proporción. Así escuchamos al mismísimo presidente de México sugerir que el asunto de la vacuna podía, quizá, tratarse de un montaje, suposición repetida por los miles de loros amaestrados que lo acompañan en redes sociales.
Claudia Sheinbaum, también aparentemente incapaz de reconocer un solo tropiezo, sugirió que aquello era una difamación contra su gobierno. Ya el colmo llegó cuando uno de los grandes propagandistas del régimen aventuró que detrás del episodio podía estar (retumban tambores)... la CIA. Duele decirlo, pero es un hecho: si esto no fuera trágico, sería cómico.
En esa línea, no sorprende que el presidente haya querido estirar todavía más la liga para aprovechar el episodio y continuar su batalla contra los periodistas en general y contra Carlos Loret en particular. Él, que por años se quejó de montajes y cortinas de humo, se ha vuelto un maestro en su confección. Y tan fácil que sería simplemente reconocer cuando algo se hace mal. Pero no está en su naturaleza, para nuestra desgracia colectiva.
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