Cuando llegué por primera vez a San Lázaro en 2001, las mujeres solo ocupábamos el 10% de las curules. Desde entonces, he tenido que abrirme paso en un mundo en donde las reglas fueron hechas por los hombres y la exclusión ha sido la norma por muchas generaciones. Hoy en día no puedo negar que haya avances, pero la adversidad de la desigualdad de género que sigue presente en nuestras vidas nos recuerda que esos avances son insuficientes. Necesitamos crear más espacios en donde las mujeres podamos asumir más posiciones de liderazgo y toma de decisiones.
#ColumnaInvitada | Confiemos en el liderazgo de las mujeres
La salud global nos trae un ejemplo claro de esto. Durante la semana anterior, tuve la oportunidad de participar en un evento paralelo a la 65 sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer enfocado al liderazgo de las mujeres en la salud global. A lo largo de todas las intervenciones, hubo una idea común: en este sector hay una disparidad entre la aportación de las mujeres y nuestra participación en la toma de decisiones. Las cifras hablan por sí mismas.
Las mujeres solamente ocupamos una cuarta parte de los puestos de liderazgo en la salud global, a pesar de que las trabajadoras de salud representan el 70% de la fuerza de trabajo sanitaria global. Por otro lado, la proporción de las mujeres que participan en 115 grupos de trabajo nacionales para responder a la COVID-19 apenas llega al 15%, y solamente el 3.5% de estos grupos tienen paridad de género. Aquí cabe señalar que esto ocurre aún y cuando la pandemia nos ha perjudicado de manera diferenciada y desproporcionada.
Esa disparidad no irá a ningún lado mientras persistan los estereotipos de género que imponen las labores de cuidado exclusivamente a las mujeres, a la vez que limitan nuestras aspiraciones profesionales y normalizan la discriminación en nuestra contra.
Además, mientras las mujeres no seamos parte de las decisiones, nuestras necesidades no serán atendidas y la exclusión seguirá a la orden del día. Ya estamos viviendo con las consecuencias: en el mundo, las mujeres nos enfrentamos a barreras que nos impiden el acceso a los servicios de salud y que también nos dejan fuera del alcance de campañas de vacunación, especialmente en países en desarrollo.
En el caso de México, las mujeres dedicamos 2.5 más de nuestro tiempo al trabajo doméstico, según lo reportado por CONEVAL en 2018. Con la pandemia, más mujeres se han visto orilladas al desempleo para asumir esa carga de trabajo . Incluso durante el confinamiento, hemos estado más expuestas a la violencia de género: en 2020, se registraron más de 250,000 llamadas al 911 por ese mismo motivo . Estas son cifras que demuestran el daño que provoca el machismo profundamente arraigado en nuestro país y que por mucho tiempo ha perpetuado la discriminación en nuestra contra.
En sociedades democráticas donde todos los derechos deberían estar al alcance de todas las personas, la exclusión es una injusticia inaceptable. A 25 años de la Declaración de Beijing, sigue vigente la necesidad de abandonar las creencias fundamentadas en estereotipos que terminan por negarnos la oportunidad de ser líderes, y lograr ese cambio no es una tarea sencilla. He constatado como se espera mucho más esfuerzo de nuestra parte para que nuestro trabajo sea reconocido, incluso con el obstáculo que representa el tener que lidiar con prácticas misóginas cada día. Pero no desistamos ante esta adversidad. Si nuestra lucha pone puestos de liderazgo en manos de más mujeres, estoy segura de que lograremos que nuestras sociedades sean espacios en donde la inclusión prevalezca, y que ese sea el legado que le dejemos a nuestras jóvenes y a nuestras niñas.
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Nota del editor: La autora es diputada federal, fue presidenta de la Unión Interparlamentaria.
Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.