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Contra el simplismo opositor

Hay muchas razones, válidas y contundentes, para castigar a la coalición gobernante en las urnas. Pero las oposiciones no pueden pedir ese voto de castigo obviando su propio déficit de credibilidad.
mar 23 marzo 2021 11:59 PM
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La alianza opositora a Morena pide un voto de castigo a Morena.

La derrota del PRI, el PAN y el PRD en 2018 no fue un accidente.

El desgaste de los partidos de la transición durante la presidencia de Enrique Peña Nieto –en parte porque el PRI desperdició la oportunidad histórica que le brindó el 2012 de volver democráticamente a la presidencia; en parte porque el Pacto por México destruyó la imagen del PAN y el PRD como oposiciones— creó una coyuntura única, de franco quiebre, muy propicia para el resurgimiento de una figura política como Andrés Manuel López Obrador. Y él, desde luego, supo aprovecharla.

Su candidatura lo presentó como si fuera un outsider, aunque su trayectoria siempre avanzó por dentro del sistema de partidos (i.e., del PRI, el PRD y Morena). Su campaña apeló, con feroz eficacia, tanto a los agravios como a las esperanzas más sensibles de buena parte del electorado. Y su coalición tendió una carpa amplísima, también con tremenda destreza, para acomodar grupos, agendas e intereses muy diversos.

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A casi tres años de distancia, su victoria adquiere cada vez más la estampa de una tragedia. Pero vista en su contexto, al calor de las condiciones que se gestaron durante el sexenio previo, no puede explicarse tan solo como un error de quienes votaron por él.

Ojalá fuera así de simple.

No lo es, primero, porque Peña Nieto fue un presidente profundamente impopular (según datos de Oraculus , durante sus últimos tres años de gobierno promedio apenas 25% de aprobación), contra el que pesó mucho no solo el descrédito de varios escándalos sino la percepción generalizada, a nivel personal, de que se trataba de un mandatario desentendido de su responsabilidad, frívolo, despreocupado por el país y muy corrupto. Y tampoco lo es, en segundo lugar, porque Anaya y Meade fueron malos candidatos, ambos proyectaban más una garantía de continuidad que una promesa de cambio y ninguno logró constituirse nunca como una alternativa verosímil, confiable, capaz de entusiasmar a una mayoría ávida no solo de ruptura sino de revancha.

No es que el triunfo de López Obrador fuera inevitable, es que todo terminó acomodándosele. Y nada de lo que ha ocurrido después altera el hecho de que, en ese momento, supo darle voz al descontento y aglutinarlo en torno suyo. Lo raro, en realidad, no fue que ganara, incluso a pesar de lo evidentes que eran sus excesos y carencias; lo raro hubiera sido que perdiera teniendo tanto a favor y compitiendo contra adversarios tan débiles y vulnerables.

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Ahora, sin embargo, en la antesala de la elección intermedia, las oposiciones parecen obstinadas en hacer como si aquello no hubiera sido más que un mal domingo.

No han corregido, no han innovado. Y su identidad está completamente desdibujada salvo porque, en ausencia de otras coordenadas, siguen siendo los partidos del pasado.

¿Para qué buscan el poder? ¿Qué representan? ¿Qué futuro proponen?

Tal vez sea por falta de talento, porque no han entendido el tsunami que les pasó encima en 2018, porque tienen miedo de que les saquen sus trapitos al sol o porque no se han renovado. Pero, sea por lo que sea, su capacidad de convocatoria luce escuálida.

Piden el voto en contra de López Obrador sin hacerse cargo de que López Obrador fue el instrumento con el que hace apenas tres años muchos votantes decidieron votar contra ellos.

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¿Y qué han hecho desde entonces para volver a ganarse su confianza? ¿Siquiera acusaron recibo del mensaje?

Hay muchas razones, válidas y contundentes, para castigar a la coalición gobernante en los próximos comicios. Pero las oposiciones no pueden pedir ese voto de castigo obviando su propio déficit de credibilidad. Los fiascos del lopezobradorismo bastan y sobran para querer votar en su contra, pero no necesariamente para votar a favor del PRI, el PAN o el PRD.

Insisto: ojalá fuera tan simple. No lo es.

Y lo que está en juego es demasiado como para las oposiciones sigan, tan autocomplacientes, en las mismas.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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