La derrota del PRI, el PAN y el PRD en 2018 no fue un accidente.
El desgaste de los partidos de la transición durante la presidencia de Enrique Peña Nieto –en parte porque el PRI desperdició la oportunidad histórica que le brindó el 2012 de volver democráticamente a la presidencia; en parte porque el Pacto por México destruyó la imagen del PAN y el PRD como oposiciones— creó una coyuntura única, de franco quiebre, muy propicia para el resurgimiento de una figura política como Andrés Manuel López Obrador. Y él, desde luego, supo aprovecharla.
Su candidatura lo presentó como si fuera un outsider, aunque su trayectoria siempre avanzó por dentro del sistema de partidos (i.e., del PRI, el PRD y Morena). Su campaña apeló, con feroz eficacia, tanto a los agravios como a las esperanzas más sensibles de buena parte del electorado. Y su coalición tendió una carpa amplísima, también con tremenda destreza, para acomodar grupos, agendas e intereses muy diversos.