La cuestión será, entonces, cómo procesar la existencia de esa oposición interna. Por un lado, porque contra ella el conservadurismo lopezobradorista no puede actualizar las fronteras que ha trazado con respecto a sus opositores externos, distinguiendo entre “los de antes” y “los de ahora” o entre “ellos” y “nosotros”. Las feministas de Morena también son “de ahora” e igual constituyen al “nosotros” que identifica a dicho partido. Y, por el otro lado, porque si ellas se quedan, racionalizando que tal vez pueden conseguir más así que abandonando sus filas, pero no son tomadas en cuenta y carecen de influencia, lo que quedará en entredicho no será su militancia partidista sino su compromiso con el feminismo. Quizás sea un arreglo conveniente para ambas partes, pero no será cómodo para ninguna.
(Llama la atención, y vale la pena dejarlo anotado así sea solo entre paréntesis, lo barato que les ha salido su silencio a muchos hombres con posiciones de relevancia o liderazgo en la órbita del lopezobradorismo. Desde luego, nadie espera que se vuelvan dirigentes del feminismo al interior de Morena ni nada semejante. Pero, caray, ¿de veras no sienten ni tantito deber moral de solidarizarse públicamente con las demandas de sus compañeras de partido? ¿No les parece inaceptable la candidatura de Féliz Salgado Macedonio? ¿No les da vergüenza decirse de izquierda, celebrar la marea verde en Argentina, pero callar ante lo retrógrada que en materia de género ha resultado la coalición de la que forman parte?)
Jubilemos la fantasía de que “la cuarta transformación será feminista o no será”. Advirtamos, mejor, que el movimiento feminista está muy por encima de las miserias del lopezobradorismo.
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