Pero lo que hemos visto en todos estos ya más de 2 años es algo muy diferente a lo que se esperaba sucediera. La única consistencia ha sido una forma de comunicación y narrativa en base a mensajes simples (simplistas), enganches con esperanza de mejoría, y una insistencia enfermiza con conceptos reiterativos de lucha contra la corrupción, la mafia en el poder, los conservadores, los neoliberales, los privilegios del pasado, y una serie de dichos sin mérito pero muy pegajosos (me canso ganso, primero los pobres, frijol con gorgojo, ya chole, etc.).
El problema es que esta forma de operar un país tan complejo como México, y la manera de asumir que se puede destruir todo el aparato de gobierno y reemplazar con ocurrencias, simplemente no da resultados viables o margen de maniobra. Los resultados han sido tan adversos que aún los más cercanos colaboradores del Presidente admiten en corto que se ha perdido la brújula. Los servidores públicos que han dimitido (que ya son varios del gabinete y puestos relevantes) han confirmado su queja común de que no hay posibilidad de disenso.
El problema estructural es que la ausencia de contrapesos es manifiesta. En el gabinete no hay quien emita opiniones independientes (y quien osa hacerlo es desmentido o ignorado). Las mayorías simples (y en la de Diputados aún la calificada) del Congreso Federal están a completa disposición del Presidente. El Poder Judicial ha mostrado en muchos casos estar supeditado y no querer fijarle un alto contundente a las evidentes violaciones constitucionales derivadas de decisiones del Presidente. Y como cereza del autoritarismo se atacan a todos los órganos autónomos para eliminar a quienes entran en disonancia con el gobierno federal. El Presidente solo en la cúspide del poder sin límites.
Pero aún con su relativo éxito, la estrategia de comunicación del gobierno federal no puede con algo más potente: la realidad. Y es que en lugar de hechos lo que vemos son puros dichos. Así las cosas, los asuntos urgentes se acumulan y se derrumba la simulación de que “vamos requetebién”. Es insostenible en base a puros dichos suponer que la desolación que se vive en todo el país y por la absoluta mayoría de la población será ignorada. No cuando tenemos mortandad esparcida por violencia, pandemia y colapso económico. Los daños son no solamente severos, sino en muchos casos ya irreversibles. Por ejemplo, las estimaciones económicas es que el nivel del PIB de 2018 y el ingreso per cápita pueden tardar entre 5 a 10 años para recuperarse.