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Los hombres están aterrados

Prácticas sexuales que hace unos años eran vistas como agresivas, o de mal gusto, hoy son consideradas como crímenes imperdonables.
lun 22 febrero 2021 06:00 AM
No es no
Urge la reeducación de los hombres.

Los hombres están aterrados. Temen que el próximo escándalo de abuso sexual sea el de ellos. Se horrorizan de pensar que sus carreras como actores, directivos, escritores o profesores sucumban ante un escándalo que se detone hoy o mañana, en alguna pancarta o red social.

Le temen a la denuncia falsa. A la que venga firmada con dedicatoria de parte de sus enemigos. Se sobrecogen ante la idea de una venganza que llegue encapsulada en un arma ineludible, incuestionable e invencible: el testimonio anónimo de una mujer.

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Temen la denuncia falsa, pero temen sobre todo la denuncia que resulte verdadera. Un momento en el pasado, del que quizá ya no se acuerden. Un lance sexual reprobable que cometieron hace cinco o diez años pero que hoy, a la luz de un feminismo más vocal y organizado, ya no sea visto como una provocación sexual de mal gusto, sino como un crimen imperdonable.

La gran mayoría de los hombres que hoy se encuentran en posiciones de poder crecieron y vivieron por décadas rodeados de valores distintos, de un mundo donde la micro-violencia, la agresión, el poder eran formas comunes de acercarse a una mujer, cortejarla y halagarla.

En ese mundo, las mujeres éramos las víctimas. Nuestro silencio se apilaba en capas de asco, enojo y repugnancia. A veces no denunciábamos porque sabíamos que habíamos sido víctimas, pero no había instancias a dónde recurrir. Otras no lo hacíamos porque ni siquiera sabíamos si habíamos sido víctimas. Las víctimas crecimos en un mundo de violencia invisibilizada, culpas y confusión.

En ese mismo mundo, el mundo de hace unos años, los hombres eran victimarios y en ocasiones tampoco entendían que lo estaban siendo. El hombre estaba ciego. El poder lo había cegado porque nunca había vivido en un mundo sin él. Incapacitados de entender, impedidos de empatía. No veían el dolor que creaban.

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Y con esto no me refiero a que un violador no entienda que haya violado. O que merezca empatía. No la merece. Un violador sabía lo que estaba siendo. Una violación es un delito incuestionable. Hay casos que no merecen más que justicia. Duras sanciones que no prescriban. Como el dolor de las víctimas, que no prescribe.

A lo que me refiero es a casos más sutiles de micro-violencia que abundaban y eran normalizados. A un director que sentía que podía comentar sobre el cuerpo de sus subordinadas y coquetear con ellas. A un profesor que decidía invitar a sus alumnas a salir porque pensaba que no le podían decir que no. A un hombre que veía un avance sexual agresivo como un juego, un cortejo aceptado y hasta validado, según él, por las mujeres mismas. A una sociedad que creció ciega a estas agresiones porque no estábamos educados a verlas como tales, sino a normalizarlas.

Creo que una sociedad más madura debe ver a estos hombres con lástima, más que con odio. Castigar, por supuesto, los abusos. Empoderar, por supuesto, a las mujeres para que éstos no sigan sucediendo. Pero, sobre todo, entender que los hombres son víctimas del mismo sistema patriarcal del que son víctimas las mujeres. Existe una urgente necesidad de re-educar a los hombres para que entiendan con detalle lo que se puede y no hacer.

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No nos corresponde a las mujeres educar a los hombres. Ni nos corresponde perdonarlos por sus agresiones. Hay mucho enojo justificado en las mujeres que han sido abusadas. Los hombres deben educarse a sí mismos. Y tienen el deber de hacer algo de inmediato.

Lo que sí nos corresponde, como sociedad, es hacer un análisis objetivo de la forma en la que el patriarcado nos ha cegado, tanto a hombres y como a mujeres, para entender qué es violencia. Solo así lograremos tener unas sociedad más justa.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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