La de junio próximo no será una elección normal. Y no porque vaya a ser “la más grande de la historia” con 21 mil cargos en disputa, 95 millones de electores inscritos en la lista nominal, 162 mil casillas, etcétera. Esas cifras, más o menos previsibles, son resultado de un proyecto de homologación de los calendarios electorales que se ha venido implementando desde la reforma del 2007 y de los ajustes logísticos que impone el crecimiento demográfico. El tamaño de la elección es lo menos irregular del proceso electoral que ya está en marcha.
Una elección anormal
Será una elección anormal porque nunca un mandatario en funciones había desplegado tanta hostilidad contra el instituto electoral. La animadversión viene de tiempo atrás (cuando era otra institución, con otras reglas y otros consejeros), pero adquirió una fuerza adicional y un nuevo sentido cuando el lopezobradorismo abandonó la trinchera de la oposición para ocupar la tribuna de la presidencia. Antes hubiera sido impensable que un presidente antagonizara tan abierta y constantemente al INE sin enfrentar una reacción feroz por parte de la opinión pública y los partidos de oposición; ahora es cosa de casi todos los días y no hay asomo ni del menor escándalo. El asedio está ya muy asimilado, pero durante las campañas promete convertirse en una fuente adicional de conflicto que enrarecerá el ambiente y complicará la labor del árbitro electoral.
Pero tampoco nunca una fuerza política había tenido tan capturado al juez electoral. El control que hoy ejerce el lopezobradorismo sobre el tribunal contrasta con la inquina que tiene contra el instituto, pero añade otra capa de anormalidad al proceso, pues le facilita la posibilidad de impugnar con éxito no solo las resoluciones del INE sino también los resultados que le sean desfavorables. El tribunal ha dado ya sobradas muestras de qué tan dispuesto está a incordiar al árbitro, a torcer las reglas, a desconocer los precedentes, con tal de producir sentencias propicias para el poder en turno.
Y eso no es todo. La catástrofe del Covid-19 representa otro nivel de anormalidad. Las campañas no podrán desarrollarse como de costumbre. No habrá tantas giras, mítines ni eventos por parte de los candidatos; y cuando los haya, las medidas sanitarias les impondrán cierta rigidez, cierta falta de espontaneidad, que los volverá muy desangelados. Para darse a conocer y construir vínculos con los votantes, los partidos tendrán que imaginar otras alternativas. Y si bien la concurrencia de elecciones locales, estatales y federales debería, en teoría, estimular la participación, es probable que muchos electores decidan no salir a votar para no incurrir en el riesgo de contagiarse. Los niveles de abstencionismo podrían ser altos, en consecuencia, incluso para los estándares de las elecciones intermedias.
Finalmente, una última anormalidad de este proceso electoral está en la evolución de las preferencias del electorado. Según la más reciente encuesta de Alejandro Moreno , durante los últimos 20 meses alrededor del 73% por ciento de los votantes se han debatido entre la indecisión y Morena, mientras que el 27% restante se distribuye entre PAN, PRI, PRD y otros. Los indecisos no parecen estar considerando la opción de las oposiciones y las oposiciones no parecen estarle haciendo mella a Morena. Mientras que el partido del presidente promedia arriba del 30% de la intención de voto, el PRI y el PAN no han logrado superar el 12%. Por mucho que las condiciones varíen a nivel local, el punto de partida general luce cómodo para Morena y muy cuesta arriba para sus opositores.
Las campañas, desde luego, podrían hacer alguna diferencia. El perfil de los candidatos que comienzan a anticipar las oposiciones, sin embargo, no inspira ningún optimismo. Al contrario: actores, deportistas, luchadores y demás celebridades no reparan sino que hacen aún más evidente su falta de credibilidad. Los partidos de oposición siguen desfondados aunque los resultados de la gestión lopezobradorista dejen mucho que desear.
¿Cómo irá a terminar tanta anormalidad electoral?
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