Será una elección anormal porque nunca un mandatario en funciones había desplegado tanta hostilidad contra el instituto electoral. La animadversión viene de tiempo atrás (cuando era otra institución, con otras reglas y otros consejeros), pero adquirió una fuerza adicional y un nuevo sentido cuando el lopezobradorismo abandonó la trinchera de la oposición para ocupar la tribuna de la presidencia. Antes hubiera sido impensable que un presidente antagonizara tan abierta y constantemente al INE sin enfrentar una reacción feroz por parte de la opinión pública y los partidos de oposición; ahora es cosa de casi todos los días y no hay asomo ni del menor escándalo. El asedio está ya muy asimilado, pero durante las campañas promete convertirse en una fuente adicional de conflicto que enrarecerá el ambiente y complicará la labor del árbitro electoral.
Pero tampoco nunca una fuerza política había tenido tan capturado al juez electoral. El control que hoy ejerce el lopezobradorismo sobre el tribunal contrasta con la inquina que tiene contra el instituto, pero añade otra capa de anormalidad al proceso, pues le facilita la posibilidad de impugnar con éxito no solo las resoluciones del INE sino también los resultados que le sean desfavorables. El tribunal ha dado ya sobradas muestras de qué tan dispuesto está a incordiar al árbitro, a torcer las reglas, a desconocer los precedentes, con tal de producir sentencias propicias para el poder en turno.
Y eso no es todo. La catástrofe del Covid-19 representa otro nivel de anormalidad. Las campañas no podrán desarrollarse como de costumbre. No habrá tantas giras, mítines ni eventos por parte de los candidatos; y cuando los haya, las medidas sanitarias les impondrán cierta rigidez, cierta falta de espontaneidad, que los volverá muy desangelados. Para darse a conocer y construir vínculos con los votantes, los partidos tendrán que imaginar otras alternativas. Y si bien la concurrencia de elecciones locales, estatales y federales debería, en teoría, estimular la participación, es probable que muchos electores decidan no salir a votar para no incurrir en el riesgo de contagiarse. Los niveles de abstencionismo podrían ser altos, en consecuencia, incluso para los estándares de las elecciones intermedias.