La noticia de la semana pasada fueron las agresivas cartas de Donald Trump, con las cuales el presidente estadounidense amenazó con imponer o aumentar los aranceles a distintos países, incluyendo a aliados históricos de Estados Unidos, como Corea del Sur, Japón y la Unión Europea, y a socios comerciales, como Canadá y México. Si bien el tono de esas misivas fue de amenaza, intimidación y firmeza, la realidad es que el objetivo de la mayoría de ellas fue ampliar la fecha límite que el propio Trump había planteado para imponer aranceles si los demás países no cumplían con determinadas condiciones (algunas de ellas ligadas a temas comerciales, otras a cuestiones diplomáticas y otras más a asuntos de política interna).
La incertidumbre es la nueva normalidad

Por ese motivo, los mercados reaccionaron con cautela. Al parecer, los inversionistas tomaron estas cartas como mecanismos de presión política para que los países cedan ante los intereses estadounidenses y no tanto como una intención genuina de imponer aranceles altos por tiempos prolongados.
No obstante, el nerviosismo en el entorno de negocios es palpable y es aún mayor entre los mandatarios de los países afectados. Aunque nadie sabe con certeza hasta dónde está dispuesto a llegar Trump y pese a que poco a poco va quedando claro que los aranceles están funcionando más como una palanca para ejercer presión diplomática que como una auténtica herramienta de política económica e industrial, los líderes de las naciones amenazadas preferirían no ser parte del juego trumpista y tener claridad sobre las exigencias estadounidenses y sobre las nuevas normas que regirán al comercio internacional.
No se trata de un accidente. Trump promueve la incertidumbre de manera deliberada. La utiliza como un arma para exigir concesiones de política interna, exterior y comercial a los demás países, sin que éstos tengan claro hasta qué punto es suficiente para satisfacer las expectativas de Washington. Asimismo, Trump usa la incertidumbre para posteriormente realizar despliegues mediáticos de poder, que muchas veces son vacíos y no tienen otro propósito que impresionar y proyectar la imagen que más le gusta: la de hombre fuerte y poderoso.
En otras palabras, Trump causa incertidumbre para después ser el único capaz de dar certeza y, una vez que ese ciclo se agota, vuelve a promover la desconfianza para poco después volver a solucionar el entuerto y dar certeza temporal. Y así sucesivamente.
Hay muchos problemas con esta estrategia. Uno de ellos es que, poco a poco, se erosiona la confianza en Estados Unidos como líder del sistema internacional. Otro es que, en el nuevo orden global, las normas ya no sirven siquiera como mecanismo retórico de legitimidad; ahora, el poder unilateral es el único vehículo efectivo para resolver controversias y solucionar conflictos, casi siempre favoreciendo a la parte más fuerte (véase el caso de la invasión israelí contra Irán).
Sin embargo, me interesan las consecuencias de esta estrategia de incertidumbre generada deliberadamente para México. En primer lugar, a nivel económico, la incertidumbre comercial ya golpeó a distintos sectores productivos. Bajo estas condiciones, las empresas no pueden planear a mediano plazo, lo que implica problemas logísticos y menor voluntad para invertir en nuevos proyectos y para contratar a más trabajadores. Si asumimos que Trump seguirá promoviendo la incertidumbre durante todo su mandato (o, si somos optimistas, al menos hasta que se renegocie el T-MEC en 2026), entonces estamos frente un panorama económico muy negro para México en los siguientes años.
El panorama no es más alentador en términos de seguridad pública. Bajo el TLCAN y el T-MEC, México y Estados Unidos trataban sus asuntos diplomáticos, comerciales, de migración y seguridad en canales diferenciados. Hoy, las reglas cambiaron. Para Trump, todos los asuntos caben en la misma canasta. Por tanto, le exige a México éxitos en el combate al huachicol y el fentanilo, así como ayuda en la contención (inhumana y brutal) de la migración, a cambio de una promesa difusa y poco creíble de disminuir aranceles.
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El grave problema es que no hay métricas para medir los logros de México en materia de seguridad. Sheinbaum y Harfuch han alineado por completo su estrategia a los intereses de Estados Unidos, que no necesariamente son compatibles con los que deberían ser prioritarios para México (como el cobro de derecho de paso y de piso, y las distintas formas de extorsión y extracción criminal de las economías locales). Pese a este alineamiento y a pesar de los resultados tangibles en decomisos de fentanilo y combate al tráfico ilegal de combustible, Trump sigue demandando más resultados en estos rubros, como si México tuviera la capacidad y la responsabilidad de frenar la epidemia de adicciones y sobredosis que sufre la sociedad estadounidense.
México puede seguir cediendo y cediendo a las demandas estadounidenses, pero jamás será suficiente para Trump. México se valió de medios brutales y violatorios de derechos humanos para frenar la migración y no bastó. México está empleando todas sus capacidades estatales para combatir el tráfico de fentanilo y no bastó. México se ha comprometido a disminuir la triangulación de productos chinos a Estados Unidos y no bastó. Me pregunto si, puesto que Trump jamás estará conforme y continuará exprimiendo concesiones de México sin importar cuánto hayamos cedido, nuestro gobierno no debería replantearse su estrategia de ceder a todas las demandas de Washington.
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Nota del editor: Jacques Coste es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.