Los derechos humanos son para todas las personas, sin condiciones y sin reservas. Por desgracia, parece que esto no ha quedado claro y ahora se usan como retórica a conveniencia. Sí, nos indigna ver las lamentables condiciones en las que se encuentran los migrantes en los centros de detención de Estados Unidos, pero se pierde de vista la gravedad de lo que se vive cada día en las estaciones migratorias de nuestro propio país. Ahí los migrantes están en la cárcel, como si estuvieran cumpliendo una pena a pesar de que no han cometido delito alguno. La migración no está criminalizada en México, pero en los hechos prevalece una realidad que permanece lejos de toda noción de derechos humanos.
#ColumnaInvitada | Una agenda de migración humana más empática y solidaria
Desde hace una más de una década, empecé a trabajar en la agenda de movilidad humana, migrantes, refugiados, y desplazados porque necesitamos sociedades que pongan a los derechos humanos al alcance de todas las personas, independientemente de su situación migratoria.
Reconozco que tanto nuestra Constitución como nuestras leyes se alinean con los criterios que encontramos en los tratados internacionales y con las recomendaciones de los organismos internacionales, pero aún así hay mucho por mejorar en este sentido. Ese progreso sería posible si existiera la voluntad política para concretarlo y lograr que nuestro país cumpla con los compromisos internacionales a los que nos hemos obligado.
Pero también hay que ir más allá de solamente acatar esos criterios en el papel; de la ley a la práctica hay un abismo considerable. La violencia es una constante: el 29% de los migrantes sufrieron alguna forma de violencia mientras atravesaban nuestro país . Amnistía Internacional estima que, de cada 10 mujeres migrantes, 6 de ellas sufren violencia sexual cuando cruzan México para llegar a Estados Unidos. El secuestro es un riesgo evidente para quienes están en tránsito; tan solo en 2009, por ejemplo, fueron secuestrados alrededor de 10,000 migrantes en México.
Las personas migran por buscar la seguridad ante amenazas que atentan contra su vida y la de sus familias, por la necesidad de tener un futuro digno a su alcance, o incluso por encontrar nuevas oportunidades cuando sus hogares han sido desolados por catástrofes naturales. Nadie emprende un viaje en el que hay que ponerlo todo en riesgo por cruzar la frontera por placer. Necesitamos partir de la empatía, no de la discriminación.
Desde el año anterior, co-presido el grupo de trabajo sobre vulnerabilidades de la Comisión de Lancet para el COVID-19. Las y los integrantes de este grupo de trabajo buscamos recomendar políticas que sean sensibles a las condiciones vulnerables a las que se enfrentan múltiples grupos de la sociedad, incluyendo a los refugiados, apátridas, migrantes, y desplazados internos. La premisa es simple: si los derechos humanos quedan en el papel, ninguna de estas personas podrá aspirar a una vida próspera. Los gobiernos deben implementar políticas integrales que no estén condicionadas a la nacionalidad.
A propósito de las campañas de vacunación, también habrá que reconocer que la pandemia es un problema compartido. Por lo tanto, los migrantes no pueden quedar fuera de estos esfuerzos, o de lo contrario nos eludirá esa inmunidad colectiva que necesitamos lograr para superar esta crisis. Algo queda claro aquí: la exclusión nunca será una base para lograr sociedades prosperas y sostenibles.
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Nota del editor: La autora es diputada federal, fue presidenta de la Unión Interparlamentaria.
Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.