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#BuróParlamentario | Dos modelos de representación parlamentaria

Un sistema donde los diputados se asumen como representantes de la nación, pero esa nación es definida por los intereses de los partidos, es probablemente el peor de los escenarios.
lun 14 diciembre 2020 11:59 PM
elecciones 2020 méxico
Las elecciones de 2021 tendrán la modalidad de reelección de diputados federales.

El pasado 7 de diciembre, el Consejo General del INE aprobó los lineamientos que regularán aspectos específicos de la reelección de los diputados federales en 2021.

Los puntos más destacados de este documento se centran en la prohibición para faltar a la Cámara por realizar actos proselitistas. También restringirán el uso electoral de recursos públicos, sobrepondrán la paridad de género por encima de cualquier otro principio, además de que las diputadas y los diputados que compitan por su reelección deberán hacerlo por el mismo distrito y/o la misma circunscripción por el cual fueron elegidos en el proceso electoral anterior.

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El espíritu de este último punto responde a lo que la consejera Humphrey refirió como un incentivo para procurar una “más frecuente y verdadera rendición de cuentas de las o los legisladores; reforzar la cercanía con las bases ciudadanas de su distrito o estado y la legitimidad social del Poder Legislativo”.

Por su parte, el diputado Alejandro Viedma expuso su oposición a esta norma, la cual, a su parecer, restringe el libre movimiento de los legisladores para buscar su reelección. Citando la Constitución federal, el diputado Viedma defendió que los diputados son representantes de la nación antes que de sus votantes distritales.

Ante estas dos posturas cabe preguntarse: ¿cuál es el efecto que podría tener el hecho de que los legisladores se reelijan por un mismo distrito? ¿Afectaría eso la representación de “la nación”?

El modelo de representantes de la nación fue retomado por el constituyente mexicano de la teoría desarrollada por Carré de Malberg. Esta concepción tiene la enorme ventaja de que los congresistas se definen como hombres de estado, desvinculados de intereses distritales que podrían llevarlos a legislar tendenciosamente y solo procurar el bienestar de sus electores locales. El punto débil de este argumento radica en que, al verse a sí mismos como portavoces de la nación, los diputados pueden legislar en favor de una ficción jurídica que tome la forma que a ellos les convenga. Son los representantes quienes finalmente deciden quién es, cómo se ve y qué necesita la nación. Lo que quede fuera de ese lindero, no es digno de ser representado.

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Por el contrario, la representación basada en enclaves geográficos hace que los legisladores dependan de un electorado particular que los puede reelegir o echar del Congreso en función de los servicios que prestaron al distrito. Este modelo –característico de las democracias estadounidense y británica– incentiva lo que se conoce como la conexión electoral entre legisladores y votantes. Su ventaja es que los congresistas rinden cuentas, ante todo, a sus electores locales. Su debilidad es que, al legislar para un reducido grupo de ciudadanos, los parlamentarios pierden de vista las problemáticas nacionales.

Hasta hoy, en México hemos seguido el primer formato de representación. Y los resultados no han sido los mejores. Siete de cada diez mexicanos no se sienten representados por sus diputados. Además de que la mayor proporción de los ciudadanos considera que los principales jefes de los legisladores son los partidos.

Los altos índices de disciplina en la Cámara, así como el hecho de que los partidos sigan ejerciendo un virtual monopolio para acceder a la asamblea avalan el sentir popular e indican que, en efecto, los diputados les pertenecen más a los partidos que a los ciudadanos.

En este entendido, nuestro sistema asume que los legisladores son portavoces de la nación. Pero no de cualquier nación, sino de la nación que los partidos políticos imaginan, acomodan y negocian entre ellos, mientras el ciudadano común, el que no entra en el proyecto de nación que imaginan los partidos, que tiene necesidades reales y problemas cotidianos, queda en un segundo plano.

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Es por ello que, conforme a los diputados se les provean incentivos para escuchar a su electorado local, comenzaremos a ver políticos que levanten menos el dedo para beneficiar a su partido y alcen la voz en favor de sus votantes que serán quienes finalmente los revoquen o ratifiquen. Un político con una base electoral sólida en su distrito tiene más elementos para votar contra alguna imposición de su partido que un político cuyo futuro depende enteramente de las recompensas que su partido que quiera ofrecer.

A manera de conclusión, se puede decir que ninguno de los dos modelos representativos aquí mencionados está exento de fallas al momento de su operación. Sin embargo, un sistema donde los diputados se asumen como representantes de la nación, pero esa nación es definida por los intereses de los partidos, es probablemente el peor de los escenarios. Si se comienzan a sentar las bases institucionales como el candado distrital que se está proponiendo, los ciudadanos ganaremos un poco más de control sobre los representantes, y los partidos tendrán que replantearse si siguen funcionando como cofradías recolectoras de recursos.

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Nota: Sergio A. Bárcena es doctor en Ciencia Política por la UNAM. Especialista en Poder Legislativo. Investigador del Tec de Monterrey y director de la asociación Buró Parlamentario.

Buró Parlamentario es una asociación civil que busca vigilar al Poder Legislativo promoviendo una ciudadanía informada, activa y participativa.

Twitter: @BuroParlamento

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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