¿Hay inconsistencias en la información sobre la emergencia sanitaria? Sí. ¿Es una señal inequívoca de que el gobierno está ocultando o manipulando las cifras? No. ¿Es posible otra hipótesis sobre dichas inconsistencias? Tal vez.
Inconsistencias en la información: otra hipótesis
Para empezar, habría que desechar dos premisas que han enturbiado mucho la conversación pública. La primera es que los medios de comunicación difunden lo que está pasando en los hospitales o lo que reclama el personal médico por el puro afán de “golpear” al presidente, de “alentar” la desconfianza e incluso el pánico entre la población, o de “zopilotear” a los muertos. Porque no, los medios difunden esas noticias porque ese es exactamente su trabajo, porque de eso se trata la labor de la prensa: de estar atenta a los hechos, investigarlos y dárselos a conocer al público. Quien diga que hacer eso, ejercer la libertad de informar, es una forma de atentar contra las autoridades, está coqueteando con un afán de censura directamente golpista: quizá no contra el gobierno en turno, pero sí contra la democracia. Y la segunda es la que pretende que la única fuente de información confiable es el gobierno, que todo lo que necesitamos saber sobre la emergencia está en las conferencias de López Obrador o López-Gatell, y que lo demás, sobre todo lo que no coincida con lo que dicen, es sospechoso de acusar un “sesgo”, de tener “mala leche” o de ser “fake news”. Desde luego que la emergencia requiere que prestemos atención a lo que informan las autoridades, eso no está sujeto a debate. Pero de ahí a presumir que solo esa información tiene valor para la ciudadanía, que es casi un acto de traición a la patria darle crédito a cualquier fuente distinta a la oficial, hay un salto lógico muy autoritario del que no se puede caer bien parado. Las cosas no son nunca tan simples, ni con los medios ni con el gobierno. Y, por lo mismo, son mucho más interesantes.
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El domingo pasado se publicó en Medium una magnífica entrevista de Richard Ensor, jefe de la corresponsalía de The Economist en México, con el subsecretario Hugo López-Gatell. Desde el principio, las preguntas de Endsor van director al grano y llaman a cuentas al funcionario. ¿Cómo maneja el balance entre decir la verdad sobre la crisis pero no asustar al público y mantener alta la moral? HLG admite que en la política de salud mexicana siempre ha existido “una tradición rudimentaria y politizada” en cuanto a la comunicación del riesgo, pero que para él siempre ha estado claro que “la idea de que hay que esconderle la información al público es completamente equivocada. No solo en términos éticos, de ética individual o de ética gubernamental, pero también en términos técnicos”. Su respuesta, entonces, es que la participación de la ciudadanía es parte fundamental de la solución a la propia crisis, y que por lo tanto en todo momento hay que mantenerla al tanto con información clara y transparente.
¿Pero se puede ser realmente “transparente” con la población, revira Ensor, a partir de un modelo de vigilancia epidemiológica que, como ha aceptado el mismo subsecretario, no permite saber el verdadero número de casos? Para ilustrar su punto, el periodista recuerda que cuando el gobierno publica estadísticas criminales advierte que esas cifras no son exactas y, para compensar, se hace un estimado de la “cifra negra”. ¿Por qué no hay un esfuerzo equivalente con los casos de COVID-19 entonces, por qué no se calcula una “cifra negra” precisamente para mejorar la transparencia? López-Gatell contesta que sí, que el modelo centinela sirve para observar la tendencia, mas no para hacer visibles todos los contagios. Pero los estimados de “cifra negra”, añade, se están empezando a hacer para presentárselos al público: “no es que queramos restringirlos sino que los números todavía no están disponibles porque apenas empezó a operar el modelo”.
Ensor insiste, “¿entonces no puede dar el verdadero número de casos en México? Hoy (5 de abril) se reportaron 1,700 en total. ¿Cuál sería el número real en su estimado?” López-Gatell reconoce “en México no tenemos eso todavía, es una asunto técnico”, y comenta que los factores de corrección no son universales y hay que calcularlos según varios elementos de cada país, al tiempo que menciona otro indicador, la proporción de consultas a partir de enfermedades tipo influenza, que “estamos calibrando”.
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Dada la ausencia de esos estimados propiamente dichos, Ensor remite a indicadores estadísticos que se usan en otros países: el número total de hospitalizaciones por enfermedades respiratorias o las actas de defunción semanales desglosadas por distrito sanitario. ¿Por qué no adoptarlos en México? El subsecretario ofrece una respuesta muy reveladora, que vale la pena transcribir entera:
"Esa es una excelente idea que hemos considerado durante 10 años. Esas cifras son muy útiles. Es bueno que usted conozca la calidad del sistema de información que existe en México. Tiene grandes virtudes, pero también grandes limitaciones. Este sistema para documentar muertes ha existido desde la década de 1990. El procesamiento de la información es tan primitivo que, con suerte, lleva un año tener la información. No es un sistema en tiempo real donde los certificados de defunción se puedan automatizar y convertir en registros electrónicos. Cómo desearía que ese fuera el caso. Y el otro, el de los ingresos hospitalarios, tiene grandes limitaciones y su información tampoco está en tiempo real. Si usted me dice que ha visto las admisiones de ayer, por favor démelas".
El resto de la entrevista es fascinante pero yo me detengo aquí, en este último punto, porque me parece que basta para elaborar la otra hipótesis sobre las inconsistencias en la información que mencioné al principio. Es posible que el gobierno mexicano no esté escondiendo o manipulando los datos sino, más bien, que no tenga la infraestructura, los recursos ni el personal suficientes para producir datos más precisos y actualizados. Nótese cómo las respuestas de HLG recalan una y otra vez en ese puerto: “asuntos técnicos”, “tradición rudimentaria”, “limitaciones” ya sea en la calidad o la velocidad de la información, números que “no están disponibles”, un procesamiento “primitivo” de las actas de defunción...
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Tal vez estamos, pues, no ante un gobierno que oculta las cifras sino, más bien, ante cifras que exhiben las insuficiencias, incapacidades o incompetencias del gobierno. El mérito de Ensor es haber conducido la entrevista de tal modo que fuera el propio López-Gatell quien terminara explicándolo. ¿Por qué no lo había dicho así antes? Quizá porque casi nadie (salvo, por ejemplo, Denise Maerker) se lo había preguntado. Quizás porque no es algo que quiera presumir en medio de una emergencia. En cualquier caso, por transparencia con el público, es útil e importante saberlo. Cuestionar al poder no es querer socavar la confianza ni instigar a la desobediencia; es un derecho de la ciudadanía y un deber de la prensa libre.
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