No recuerdo ninguna ocasión en la que López Obrador haya replicado alguna crítica con datos o argumentos puntuales y sin descalificar a quienes la hayan formulado. Su estilo de liderazgo, por llamarle de algún modo, tiene esa característica: por un lado, responde como si toda crítica equivaliera a un ataque; por el otro, más que defenderse de las críticas lo que hace es lanzarse contra los críticos. No responde a lo que dicen, se dedica a poner en entredicho la legitimidad de sus voces.
Sí recuerdo, en cambio, muchas críticas rigurosas, justas, basadas en las decisiones que ha tomado, en sus costos y resultados. Desde luego, también recuerdo varios ataques, tan exuberantes en los adjetivos como escasos de sustancia (llamarle “comunista” es, quizá, uno de los más emblemáticos), que ningún favor le hacen tampoco a la cultura del debate mas terminan viniéndole como anillo al dedo a un presidente empeñado en convertir cualquier desacuerdo en motivo para antagonizar, con razón o sin ella.