La democracia mexicana, a través de sus leyes, prevé que un presidente con mayoría en el Congreso tenga facultades para realizar nombramientos, definir el presupuesto y reformar las leyes. Esas facultades legales no son una suerte de autoritarismo consumado, sino todo lo contrario. Son la evidencia de que las instituciones mexicanas están diseñadas para repensarse cuando los votantes se expresan en las urnas.
Me parece que la principal falacia en la argumentación de quienes dicen que la democracia mexicana está siendo destruida es asumir que hay instituciones que no pueden reformarse. No es así. Una democracia debe (a) proteger las garantías individuales y (b) mantener un arreglo institucional que permita la alternancia política. Pero fuera de eso, ninguna institución democrática per se, por sí misma, es intocable. Ninguna.
De hecho, en una democracia, todas las instituciones (incluso, las autónomas) deben ser potencialmente reformables porque las políticas públicas son, por definición, cuestionables. La democracia es un gobierno que muta, que cambia cada tres años, dependiendo de los resultados de las urnas. En cada votación, el arreglo institucional puede reformarse. Si no fuera así, no seríamos una democracia, sino un gobierno de instituciones congeladas.
Ese proceso de mutación constante es la razón por la cual la democracia es virtuosa. La democracia asegura que las preferencias de los individuos sean atendidas y que si no lo son, se pida un cambio.