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Las bases sociales de la degradación

Ser ciudadano supone la posibilidad de ejercer autonomía, escrutinio, crítica, exigencia y participación. Ser militante incondicional exige cerrar los ojos y ser inmune a defectos y malos resultados.
mié 16 septiembre 2020 11:59 PM
(Obligatorio)

Hay un proceso de degradación política en marcha. No comenzó en 2018 ni es un fenómeno exclusivamente mexicano, cierto, pero durante los últimos meses ha alcanzado niveles que rebasan cualquier experiencia previa, que derrumban toda expectativa mínimamente razonable.

Hasta los más curtidos, quienes suelen tener los umbrales de tolerancia más altos y conocer los entretelones de esos proverbiales malos arreglos que evitan buenos pleitos, comienzan a arquear las cejas. Ya casi nadie trata siquiera de minimizar o relativizar la gravedad de lo que está pasando: la única defensa que parece quedar de este estado de cosas es atacar a quien insista en señalarlo.

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El repertorio de farsas y fiascos crece cada día. De la consulta para llevar a los expresidentes ante la justicia al proceso contra Emilio Lozoya. De la “venta” de “cachitos” para la “rifa” del “avión”, pasando por los números de la pandemia, hasta las cuentas alegres del presupuesto para el próximo año. De los embates presidenciales contra Reforma a las declaraciones de Paco Ignacio Taibo II contra Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze.

La trama de semejante espectáculo no es ninguna transformación; es, más bien, la incompetencia, la simulación y el autoritarismo que se han convertido en el sello distintivo de este gobierno. Pero es también, y esto es lo que me importa destacar, una consecuencia del tipo de vínculo que López Obrador forjó con una incontrovertible mayoría de la sociedad mexicana.

Un vínculo basado, más que en rendirles cuentas y producir resultados, en ofrecer buenas intenciones y saber representar sus agravios. En demostrar una potente vocación para denunciar las injusticias, aunque una muy magra capacidad para acabar con ellas. En darles no un proyecto sino una creencia.

Me explico. Ser ciudadano supone ejercer autonomía y escrutinio, participación y exigencia. Supone que uno conserva la posibilidad de tener un criterio individual, de mirar con sus propios ojos, sacar sus conclusiones y actuar en consecuencia. Pero lo que propuso López Obrador no fue respetar ni fortalecer esas facultades críticas de la ciudadanía, fue instrumentalizarlas como un ariete contra opositores, adversarios y disidentes de su causa. Y, al hacerlo, convertirlas no solo en una forma de lealtad hacia él, sino en una fórmula para crear cierta inmunidad en torno suyo, a su movimiento y su gestión, respecto al ejercicio de esas mismas facultades críticas.

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No es difícil descifrar la racionalidad ni los mecanismos políticos de esa estrategia. Lo complicado es entender por qué y cómo tantas personas se prestaron, se siguen prestando, a ella. Quiero decir, más allá de los beneficios que pueda aportarles o de las necesidades que les satisfaga, ¿cómo elaboran en términos morales esa renuncia, esa capitulación? ¿Cómo procesan internamente la disonancia entre su condición de ciudadanos y su condición de simpatizantes o militantes de un liderazgo tan adverso a su propia ciudadanía (es decir, al ejercicio de su autonomía individual, de su independencia de criterio, de sus facultades críticas)?

Tengo para mí que una de las principales causas del proceso de degradación política que estamos viviendo se encuentra ahí. Por un lado, en que el lopezobradorismo ha estrechado, casi hasta la asfixia, los espacios y la legitimidad para ejercer ciudadanía; y, por el otro lado, en que mucha gente se ha resignado de un modo u otro a que su cercanía, simpatía o pertenencia a dicha causa significa tener que someterse a ese estrechamiento.

#QuéPasóCon el registro para nuevos partidos políticos

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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