La corrupción es efectivamente un problema de captura del Estado y la puerta de este “castillo cívico” se encuentra en las elecciones. Ahora bien, aunque no existe democracia sin elecciones, las elecciones per se no constituyen una democracia, de hecho, las elecciones bajo condiciones de corrupción, farsa y fraude terminan logrando justo el efecto contrario. Las elecciones nos permiten resolver las cuestiones fundamentales de quien gobierna y bajo cuanto tiempo, así como dotar al ganador(a) de la legitimidad necesaria para el ejercicio del cargo. De ahí su importancia y de ahí la codicia que despierta en quienes ven al gobierno como la oportunidad perfecta para el pillaje.
En su contribución para el diseño de una Política Nacional Anticorrupción, la Red de Rendición de Cuentas y el CIDE presentaron una propuesta programática [1] cuyo núcleo analítico describe los cuatro momentos en que el Estado cae presa de intereses particularistas. Estas cuatro modalidades de captura del Estado son la captura de cargos públicos, la captura de presupuestos, la captura de decisiones y la captura de la justica. Como decíamos, la llave que abre la puerta a estas cuatro capturas reside en las elecciones, de ahí la importancia de resguardarlas contra la corrupción.
Al determinar quienes ocupan los poderes ejecutivo federal, estatal y municipales, así como los escaños de los Congresos, las elecciones facultan a los titulares las facultades de nombramientos de decenas de miles de cargos públicos. Estos podrían ser entregados legítimamente si sus designados cumplen con los conocimientos, trayectoria profesional y capacidades para ejercerlos; sin embargo, cada cambio de administración nos encontramos con designaciones que fallan en uno o todos los preceptos referidos. Lo nuevo es que ahora esta práctica hasta se pretende “justificar” por medio del falso dilema entre honestidad y capacidad.
Cuando los cargos son capturados, sus titulares se rigen por la esencial prioridad de tener satisfecho a su benefactor, no a través de logros en la administración sino a través de obediencia absoluta a sus designios, deseos y apetitos. La administración pública como botín de los ganadores.