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Transformando... hacia un pasado distorsionado

El Presidente quiere trascender, perfeccionando un modelo obsoleto que dejó de ser viable hace décadas. ¿Será capaz de entender que solo modernizándose puede trascender?
lun 03 agosto 2020 07:00 AM
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El Presidente López Obrador en un mitin de campaña en 2018.

El Presidente López Obrador basó su campaña, y ahora basa su gobierno, en una promesa de transformación histórica. Al nivel de la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Y en este año y medio realmente ha transformado la vida pública del país; no para bien. Su promesa no ha sido broma. Lo que nunca nos dijo era el rumbo hacia el cual transformaría. Pero tampoco era muy difícil adivinarlo dada su historia personal y trayectoria política.

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Ya en este espacio hemos comentado que López Obrador nunca ha sido un político de vanguardia o de contenido. Se ha forjado en los grupos radicales, subversivos, monopólicos o divisorios de la vida partidista. No en los de las ideas, la discusión o las propuestas.

Sus ideales y cosmovisión corresponden a una interpretación propia de la política mexicana. Una concepción distinta a la realidad; más bien aspiracional. Por eso se equivocan quienes tanto lo comparan con el priismo antiguo o incluso al que varios llaman “dinosáurico”.

Quienes hacen esta comparación tan fácil, poco saben o entienden del otrora sistema hegemónico, de sus dinámicas internas, de sus contrapesos, o de sus métodos de negociación y acuerdos.

El Presidente tiene una idea propia del sistema político. Basada, sí, en aquellas épocas. Pero no en la esencia sino en su interpretación. Y eso es justo lo que intenta desarrollar ahora que está en el poder. A pesar de criticar tanto el pasado, se esfuerza por emular su propia visión de ese pasado.

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Poco entiende del proceso de apertura democrática arrancado hace cuatro décadas. Poco aprecia la etapa de competencia electoral. Poco le interesa el sistema de partidos. Busca perfeccionar aquella era dorada del hombre fuerte y todopoderoso, sin entender el contexto completo.

Su prometida transformación busca justamente llevarnos a ese pasado, pero al que él concibe en su mente. Un pasado que, inspirado en esa etapa, es muy distinto a lo que realmente fue.

Persigue la fantasía del Presidente omnipotente, sin contrapesos, aclamado por el pueblo, único decisor de los presentes y destinos del país. Esa figura mítica que muchos han tratado de tatuar en nuestra historia.

Así se explican muchas de sus acciones y decisiones en el poder. Así se explica su relación con los Poderes de la Unión, con las instituciones, con el sistema democrático y de partidos.

Por eso poco le importa su propio partido político. En su visión, el Presidente es el partido; el único estratega electoral, el único activo político. Sin entender que el PRI no era eso, sino uno de los principales contrapesos de los Presidentes en turno. La primera puerta de negociación para su éxito.

Por eso su estrategia única es el discurso enaltecedor, de vanagloria. Con eso refuerza su imagen en las masas volcadas ante su líder. Sin entender que el discurso es pasajero, temporal; que sin acciones el discurso se acaba. La realidad se impone.

Por eso, ante el mayor reto del país en décadas que representa la pandemia, se retrae en sus prejuicios y sus radicalismos. Impulsa a un doctor (que olvidó a Hipócrates), que toma decisiones basado en sus rencores y resentimientos, sin la menor vocación real de servicio público.

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Por eso se empeña en buscar enemigos públicos que enardezcan a su base social. Usa el púlpito para repartir culpas, lejos de aprovecharlo para provocar un cambio real; porque ese cambio vulneraría su hegemonismo.

Por eso concentra el uso de los recursos públicos y poco a poco va modificando el marco legal y regulatorio. Para decidir de manera personal sobre el destino de esos recursos, dirigiéndolos hacia donde más sentido clientelar tengan, como en aquel pasado.

Por eso los cambios legislativos que promueve son regresivos hacia un estatismo monopólico; particularmente en aquellos sectores más emblemáticos del presidencialismo, como el energético o el del gasto público.

Y, también por eso, su discurso anticorrupción es eso: un mero discurso. No hay acciones, sólo una narrativa para fortalecer su idea de enemigos, mientras que en los hechos es permisivo con los suyos, al menos con los más cercanos.

Todo lo anterior no necesariamente describe a un hombre malintencionado. El presidente es quizá el político que más ha dedicado tiempo a conocer al país, particularmente a los más rezagados.

Es un hombre sencillo en lo personal, pero simple en cuanto a pensamiento político. Listo y sensible en lo social, pero de ideas poco sofisticadas. Hábil en la estrategia electoral de antaño, que fue muy útil para la coyuntura de 2018, pero que es insostenible para la realidad actual y él lo sabe.

Gracias a ello retrasó su llegada a la Presidencia; porque a sus pocas ideas siempre le ganó su víscera. No fue sino hasta que los errores excesivos de los políticos en turno fueron insostenibles, que logró capitalizar el enojo y el hartazgo. De otra manera, su estrategia electoral seguiría fallando.

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Esa simpleza, poca sofisticación, soberbia y visceralidad es lo que hoy está marcando su gobierno. Poco o nada ha evolucionado desde que tomó el poder. Su promesa, más que en contenido, se basa en arrogancia e ilusión.

Pero, lo que según su visión distorsionada funcionó en un México cerrado al mundo, inserto en un sistema internacional bipolar, ya no sirve en un país hoy abierto a un escenario global multipolar.

El Presidente quiere trascender, perfeccionando un modelo obsoleto que dejó de ser viable hace décadas. ¿Será capaz de entender que solo modernizándose puede trascender al nivel de ambición que él tiene? Aún hay tiempo, lo dudoso es si tiene la intención, o claridad.

Mientras tanto, todos los demás actores parecemos pasmados también en un pasado que no funcionó. Un pasado de privilegios y prebendas del que hoy no sabemos remontar. Y así, seguiremos dejando al presidente solo en su causa de llevarnos a ese pasado distorsionado que tanto añora.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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