Poco entiende del proceso de apertura democrática arrancado hace cuatro décadas. Poco aprecia la etapa de competencia electoral. Poco le interesa el sistema de partidos. Busca perfeccionar aquella era dorada del hombre fuerte y todopoderoso, sin entender el contexto completo.
Su prometida transformación busca justamente llevarnos a ese pasado, pero al que él concibe en su mente. Un pasado que, inspirado en esa etapa, es muy distinto a lo que realmente fue.
Persigue la fantasía del Presidente omnipotente, sin contrapesos, aclamado por el pueblo, único decisor de los presentes y destinos del país. Esa figura mítica que muchos han tratado de tatuar en nuestra historia.
Así se explican muchas de sus acciones y decisiones en el poder. Así se explica su relación con los Poderes de la Unión, con las instituciones, con el sistema democrático y de partidos.
Por eso poco le importa su propio partido político. En su visión, el Presidente es el partido; el único estratega electoral, el único activo político. Sin entender que el PRI no era eso, sino uno de los principales contrapesos de los Presidentes en turno. La primera puerta de negociación para su éxito.
Por eso su estrategia única es el discurso enaltecedor, de vanagloria. Con eso refuerza su imagen en las masas volcadas ante su líder. Sin entender que el discurso es pasajero, temporal; que sin acciones el discurso se acaba. La realidad se impone.
Por eso, ante el mayor reto del país en décadas que representa la pandemia, se retrae en sus prejuicios y sus radicalismos. Impulsa a un doctor (que olvidó a Hipócrates), que toma decisiones basado en sus rencores y resentimientos, sin la menor vocación real de servicio público.