El colapso del sistema priista en el 2018 se debió a los errores del presidente y su grupo de alejar al PRI de la sociedad y de los escándalos de corrupción que muchos funcionarios del “peñismo” han sido señalados. Es decir, el presidencialismo no fue aprovechado para hacer cambios importantes que pudieran beneficiar al país sino simplemente fue una de las etapas más corruptas de México y los ciudadanos lo castigaron fuertemente en las urnas.
Sin embargo, el presidencialismo no ha muerto sino que simplemente se transformó porque la sociedad mexicana le dio el 53% de los votos a López Obrador. Y si bien cada presidente tiene su propio estilo para gobernar, el presidencialismo sigue vigente en México.
El presidente López Obrador tiene el control del presupuesto, es el jefe el partido del poder, controla –vía Morena– los cargos de elección popular, controla los organismos autónomos o en vías de hacerlo, controla el total de las fuerzas de seguridad y del Ejército, controla la política económica desde Hacienda, él propone los gobernadores para el Banco de México, controla la política exterior y, seguramente, va a designar a su sucesor en 2024.
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En pocas palabras, la sociedad mexicana votó por mantener un modelo económico de capitalismo, un similar sistema presidencial, pero lo que hay que entender es que ganó López Obrador porque la sociedad castigó duramente a una generación de priistas corruptos que encabezó Peña Nieto.
Con este análisis no digo que tener un sistema presidencial sea malo, países desarrollados como los Estados Unidos lo tienen, incluso China tiene un sistema político con un poder centralizado. La diferencia con lo que ha ocurrido en México es que dichos países han utilizado ese poder para poder tener países más prósperos y su población ha mejorado su nivel de vida.