Segundo, el reporte muestra cómo, desde la educación básica, el habitante común de la Ciudad de México “se infecta de elitismo” (sic). Rápidamente los niños comienzan a percibir cómo ciertos lugares y personas le son ajenos y no los visita porque no son parte de su circulo económico cercano. Las escuelas públicas y privadas están segmentadas por nivel de ingreso.
De acuerdo al estudio, la calidad educativa se segmenta también por ingreso. De ser el caso, el reporte provee evidencia de que educarse no cambia la clase social de las personas porque no significa lo mismo ir a la escuela en Miguel Hidalgo que en Iztapalapa.
Tercero, incluso el arte y los museos de la Ciudad de México están segregados. El reporte expone cómo las personas que habitan en la alcaldía Miguel Hidalgo difícilmente van a museos fuera de su alcaldía de residencia. Desconocen por completo las propuestas de arte regional que albergan los espacios comunitarios al otro extremo de la ciudad. Ricos y pobre solo conviven en exposiciones del centro.
Esto es grave. La educación no está funcionando como un motor para mejorar la calidad de vida de las personas porque la desigualdad económica perpetúa la desigualdad educativa. No se trata de que los pobres no se esfuercen por ir a la escuela (si acaso es más difícil ir a la escuela cuando es pobre) sino porque aún con el mismo esfuerzo (ir a la escuela todos los días), los resultados son diametralmente distintos.
La pandemia deja una estela de pobreza en México