La interrupción de clases presenciales por la covid-19 afectará el aprendizaje y la salud física y psicosocial de los estudiantes de América Latina y el Caribe. Los más perjudicados serán los niños de poblaciones vulnerables, pues se ampliará la brecha de la desigualdad.
María tiene 8 años, y vive en Ahuachapán, departamento de El Salvador fronterizo con Guatemala. Desde que empezó la cuarentena por la COVID-19, intentó mantenerse al día con clases virtuales. Pero el dinero para pagar el internet se terminó, y su única opción es tomarlas a través del programa estatal que se transmite por televisión. Lo hace sin la guía ni la supervisión de su maestra.
Como ella, en la ciudad de Maracaibo, en Venezuela, Juan José, de 10 años, solo cuenta con las lecciones por TV desde que Nicolás Maduro decretó el confinamiento absoluto el 13 de marzo. Su conectividad a internet es casi nula y el niño no puede comunicarse con sus maestros por ninguna plataforma tecnológica. Los cinco apagones eléctricos registrados en su ciudad durante abril, aunados al racionamiento programado de energía que vive su región, le impiden tener una educación remota estable y continua.