Mi abuelo paterno, una persona realmente admirable por su gran don de gentes y capacidad de realizar proyectos complicados, nos decía desde chicos que el peor error que una persona puede cometer es saber que se está equivocado respecto a determinada materia o actividad y no hacer nada por corregir y modificar la ruta original. Es decir, se parte de reconocer que los humanos vamos a cometer errores en la vida, pero que debemos tener la capacidad de enmendar la plana cuando nos damos cuenta que algo no está funcionando.
Infalibilidad patológica
Otra forma de analizar ese mismo fenómeno es el hecho de confirmar que para avanzar en cualquier disciplina los seres humanos debemos tomar decisiones. Es esa ruta la que explica en gran medida la historia de todo el progreso científico, social y económico de la humanidad.
La ruta implica tomar riesgos, mejorar los métodos de estudio y diagnóstico, ir reduciendo los márgenes de error, mejorar los resultados, y claro, cuando se llegan a cometer pifias, tener la humildad para reconocerlo y entonces optar por otra solución. Solamente no se equivoca quien no toma decisiones.
Los anteriores comentarios son oportunos porque en la actualidad estamos viendo una gran situación adversa como es el hecho de que en el actual gobierno federal opera una lógica absolutamente inversa. No solamente es el hecho de que se ha marginado el uso de la técnica, la ciencia y la experiencia a la hora de realizar la determinación de acciones específicas, sino quizá aún más delicado, el hecho de que no existe opción alguna de modificar un tema una vez que se toma una decisión, sin importar si los resultados son notoriamente adversos. Tenacidad que más bien se convierte en una irresponsabilidad irracional de lesionar antes de cambiar de opinión.
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Hay quien podría sugerir que esa determinación es sinónimo de perseverancia. Pero el tema es distinto aquí. No estamos hablando del hecho de que a las primeras de cambio alguien desista de hacer lo que se propuso hacer. No. Aquí de lo que estamos hablando es que, al momento de definir políticas públicas que afectan a grandes sectores poblacionales, los responsables de su diseño y ejecución lo hagan sin estudio alguno, y sobre todo sin capacidad de medir resultados y hacer ajustes cuando se confirma que algo no funciona.
Las dimensiones de esta patética forma de gobernar están impactando enormes y trascendentes sectores del país como son la salud, la seguridad, la justicia, el trabajo, la economía, la educación, la energía y la infraestructura, entre otros.
El problema subyacente es que no hay capacidad de corregir lo que no sirve. Es literalmente como si quienes toman las decisiones estuvieran en una realidad alterna en la cual la medición de las consecuencias de sus opciones fuera muy distinta o de plano innecesaria. Un mundo en el cual las personas que hoy dirigen al país no tienen necesidad de rendir cuentas sobre sus acciones u omisiones. Un mundo en el cual las ocurrencias e intuiciones se convierten en la columna vertebral de la conducción del país. El problema es que el mundo en el que vivimos todos los demás mexicanos sí se mide con los parámetros y factores que desde el gobierno se niegan u ocultan.
El caso más preocupante es el del mismo Presidente. Su proceso de ascenso al poder se hizo a lo largo de muchos años en que palpó el territorio y la población en general. Ubicó con olfato político los temas que más preocupaban, y echó a andar la maquinaria propagandística (que tuvo éxito en la coyuntura única de la cleptocracia Videgaray-Peña Nieto) con los resultados que ya conocemos en la elección de 2018. Hasta ahí gran mérito en el seguimiento y la victoria comicial.
El problema sobreviene cuando los temas que lo llevan al gobierno se ignoran, los reclamos se marginan, y las determinaciones se sustentan en caprichos. Así tenemos decisiones iracundas, desempeños paupérrimos, cifras despreciables, y un sinfín de yerros. Pero frente a la obviedad de la equivocada estrategia y las reiteraciones matutinas diarias de dichos errores, los encargados de desmentir las malas decisiones se encargan en su lugar de alabar el arrojo del líder. Una opción de crítica ni por equivocación. Los que osen disentir deben renunciar o ser marginados.
Es así como el Presidente por convicción, terquedad, ceguera, o todos los anteriores, toma decisiones importantes en temas relevantes, y como no obstante lo evidente que resulta el cúmulo de errores, los asesores, el equipo y el gabinete en su conjunto se encargan de ser mudos, no cuestionar, y solamente solapar al líder. El Presidente camina desnudo, y los "asesores" simplemente no le brindan apoyo en forma alguna. Su equipo le lame los pies y no le advierte que no tiene ropaje alguno.
Es como si no existieran los métodos para validar si algo sirve o no. Es un tema de no permitir ni conceptualmente la posibilidad de un posible error o necesidad de ajuste. El jefe todopoderoso es incapaz de errar, y por lo mismo la fe es absoluta, a pesar de que tenemos las peores cifras en años o décadas en temas como homicidios dolosos, reducción del PIB nacional, niveles de impunidad, descomposición social, y grados de violencia y desolación. Sumemos a ello el impacto de una crisis sanitaria que se torna cada día más complicada por un manejo irresponsable, y el escenario es realmente preocupante.
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Y es que no podemos ignorar lo que se está detonando en el país. La expresión de la tormenta perfecta se queda muy corta ante lo que está sucediendo. Ni en una pesadilla se podrían haber dado tantos daños sumados. Estamos hablando de la suma de 3 o 4 crisis.
La primera es la de salud en la que ante el pésimo y obstinado manejo de la pandemia sin pruebas ni tapabocas, somos ya el cuarto país en mortandad con ya más de 43K muertos y muchos más en fila para los siguientes meses – vamos caminando en un cuarto oscuro sin guía alguna.
La segunda es la económica en que estamos por ver una caída en el PIB de dos dígitos ante el irresponsable abandono del gobierno federal a todo el sector de empleo de micro, pequeña y mediana empresa –los dejaron a su suerte y ya se habla de la pérdida de más de 14 millones de empleos en un par de meses, y lo que falta.
La tercera es la inseguridad e injusticia en que en este año ya batimos todos los récords de homicidios dolosos, de niveles de impunidad, de violencia en casi todo el país, y de grandes despliegues de la delincuencia organizada controlando zonas geográficas cada vez más amplias.
La cuarta, que es la única que falta, sería la financiera, en que venga una descomposición en el régimen de pagos y solvencia de las instituciones de crédito y de valores, con lo que se generaría un desequilibrio adicional y que implicaría enormes problemas con los recursos de los ahorradores en el sistema.
Esa cuádruple coyuntura supondría una reacción institucional radicalmente distinta a la que vemos de las autoridades. Generaría la obvia necesidad de proponer un gran pacto nacional en que todos los sectores cerraran filas para conjuntamente enfrentar la tormenta y protegernos unidos. Pero nada de eso es así. El Presidente abrió el proceso electoral 2021 y ya se encuentra en campaña. De los problemas reales del país que se encargue la población. La señal es que cada quien se rasque con sus uñas.
Somos optimistas por naturaleza, pero no estamos ciegos. Sin una reconducción del país estamos enfilados a una situación realmente complicada en la que, paradójicamente, los sectores más desprotegidos serán los más afectados. Aquellos que fueron la razón fundamental del fenómeno electoral 2018 son los que se abandonan en todo el proceso. Quizá eso explica la frase de que la pandemia le cayó al gobierno como "anillo al dedo" – vaya desgracia y cinismo.
Vemos, entonces, cómo estamos en una situación realmente preocupante, o por lo menos para los que aún tenemos el sentido común como guía de nuestro actuar. Pero para quienes están en otra realidad en la que el trapiche es el símbolo de la tecnología, y las emociones la métrica del bienestar, se aprecia claramente que lo que ocurre es que el líder y su 4T están infectados por un virus mucho más letal y potente que el del Covid-19, es un virus que genera la infalibilidad patológica con que actúan y simulan hacer las cosas bien como conducir el país. El problema es que en esa enfermedad nos quieren llevar a todos de por medio como corderitos al rastro.
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Así no. Es hora de rescatar la razón y la propuesta educada para reencontrar la ruta de solución real. Si no antes, y si es que no llegamos demasiado lesionados, la oportunidad de definiciones para la ciudadanía será el 6 de junio de 2021. Hasta entonces a aguantar y a tomar previsiones para que no nos mate ninguna de las enfermedades apuntadas, algunas que se pueden solventar con vacunas médicas (en cuanto estén disponibles), y las otras con inoculaciones comiciales (en la fecha indicada el año que viene). A los ciudadanos nos toca provocar una debida administración de ambas. A dar la batalla con inteligencia y entereza a pesar de nuestras autoridades.
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Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es secretario general de México Unido Contra la Delincuencia y socio del despacho Hogan Lovells BSTL.
Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.