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2 años de elección, 14 de campaña

El Presidente arranca su año 15 en campaña. Siguen las consignas y arengas, siguen los recorridos, y los enconos desde el púlpito. Sigue evadiendo su responsabilidad de gobernar.
lun 06 julio 2020 11:00 AM
(Obligatorio)
Mensaje del presidente a dos años de las elecciones de 2018.

El pasado 1 de julio el Presidente celebró el segundo aniversario de su avasalladora elección. Sin embargo, es más simbólico el 2 de julio, que fueron 14 años desde la histórica elección, de 2006.

A partir de esa fecha, el hoy Presidente se puso un solo objetivo de vida: la Presidencia. Emprendió una larga campaña, reafirmando sus postulados contra el sistema. Y tanto Calderón como Peña se encargaron de comprobarlos, ignorando los problemas del país.

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En aquel momento muchos creímos esquivar esa bala del “peligro para México”, sin imaginar lo que venía para el país en los dos sexenios subsecuentes. La narrativa de AMLO resultó profética.

Calderón arrancó su sexenio con un grave problema de inseguridad. Le declaró la guerra al crimen organizado. Pero usó políticamente a las fuerzas armadas, mientras nos sumía en la peor escalada de violencia.

Su guerra sólo se libraba en los estados aliados; para los de oposición los apoyos siempre eran tardíos y limitados. Y sólo parecía tocar a unos cárteles, salvo al que supuestamente lo apoyó.

Su lucha nunca fue sincera. De otra manera, sería inexplicable la presencia clave de García Luna todo el sexenio, a pesar de su sabida corrupción que, tal vez, contó con la venia presidencial.

En su sexenio, se descaró la corrupción en todos los ámbitos. En el energético, muchos allegados suyos se hicieron “terratenientes” en zonas clave; aunque no lograron la reforma que esperaban.

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En infraestructura, aumentaron desproporcionadamente las cuotas para la adjudicación de contratos. Y en Hacienda, se dio un interesante esquema para bajar recursos a municipios a través de un despacho que, se rumora, se relacionaba con un secretario.

Institucionalmente, comenzó un importante debilitamiento. Nombramientos muy cuestionables en órganos autónomos y Poder Judicial, incluida la Suprema Corte. Constantes desencuentros con instituciones como el Banco de México y la Comisión de Competencia.

Se engrosó significativamente el gobierno federal, particularmente con cargos de alto nivel innecesarios para allegados presidenciales sin la menor vocación, debilitando el servicio civil.

Proliferó exponencialmente la figura de fideicomisos para evadir la rendición de cuentas y la transparencia sobre el uso del Presupuesto de Egresos de la Federación.

Y en el terreno político electoral, se realizó una de las dos peores reformas, que cementó el camino para el uso de dinero ilícito. Además de dinamitar a su propio partido para tener control absoluto.

Socialmente, se ignoró a las víctimas del conflicto armado que su gobierno arrancó, cerrando el sexenio con un franco desencuentro con los colectivos.

Y en el diálogo con el sector empresarial, se dio el primer gran cisma en muchos años, acompañado de un incansable terrorismo fiscal; aunque hoy muchos empresarios parecen olvidarlo.

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Fue un sexenio plagado de soberbia, autoritarismo presidencial y excesos, que llevaron a lo impensable: el regreso del PRI a la Presidencia. Sin embargo, este regreso resultó ser peor.

Con Peña llegaron niveles insospechados de corrupción y abusos. Una destrucción del sistema político y de partidos, con la peor reforma en la historia de nuestra reciente apertura democrática.

A partir del Pacto por México se fueron dinamitando todos los partidos, empezando por el PRI, para hacer del Ejecutivo Federal el único factor de poder. Curiosamente sólo Morena se fortaleció.

Se profundizó la cooptación de instituciones en órganos como el TEPJF, la Corte, la estructura judicial, o el INEGI. Además de una gran concentración de poder en la Consejería Jurídica, Hacienda y Gobernación.

Nuevamente se ignoró a las víctimas del conflicto armado. Se hicieron ojos ciegos al desplazamiento forzado, a la tortura, a la violación de derechos, y a la desigualdad.

De 2006 a 2018 pareciera que Calderón y Peña se empeñaron en ser el verdadero peligro para México, generando un profundo descontento social que encontraría su salida con López Obrador.

Ahora, a dos años desde su elección (uno y medio de su toma de protesta), las cosas no parecen muy distintas. Lejos de concretar esa esperanza que dio a muchos, el Presidente parece empeñado en continuar por esa senda de sus dos antecesores que lo encumbraron.

Vemos en su gobierno los mismos abusos, pero con diferentes formas. La misma cooptación de instituciones que ya venían debilitadas. Y, sobre todo, la misma soberbia que tanto criticó; aún más notoria ahora en una pandemia peor manejada que la de Calderón en 2009.

Nombramientos anticlimáticos en órganos autónomos. Imposición legislativa, con leyes a modo. Opacidad en los recursos públicos con alta proliferación de adjudicaciones directas y más discrecionalidad en el uso del PEF. Padrones opacos de beneficiarios de programas sociales.

Un profundo debilitamiento de la Administración Pública Federal, llenándola de activistas radicales sin vocación ni entendimiento del servicio público.

Socialmente, a pesar de ser lo que más se pensó que cambiaría, hoy hay un enfrentamiento abierto contra las víctimas y sus familias, las mujeres, los grupos minoritarios, los grupos vulnerables, y muchos otros que vieron en él una esperanza que hoy está traicionando.

Y políticamente, está dinamitando a su propio partido, como FCH y EPN; y a los de oposición, ya apabullados. Además de apoyar ciegamente a Trump, como lo hiciera Peña, pero en peor momento.

El Presidente arranca su año 15 en campaña. Siguen las consignas y arengas, siguen los recorridos, y los enconos desde el púlpito. Sigue evadiendo su responsabilidad de gobernar.

No podía ser diferente. Sólo siguiendo en campaña puede distraer la atención de su base ante sus errores de gobierno. Sólo así puede esconder que, en el fondo, no es tan distinto a los anteriores.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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