Ahora, a dos años desde su elección (uno y medio de su toma de protesta), las cosas no parecen muy distintas. Lejos de concretar esa esperanza que dio a muchos, el Presidente parece empeñado en continuar por esa senda de sus dos antecesores que lo encumbraron.
Vemos en su gobierno los mismos abusos, pero con diferentes formas. La misma cooptación de instituciones que ya venían debilitadas. Y, sobre todo, la misma soberbia que tanto criticó; aún más notoria ahora en una pandemia peor manejada que la de Calderón en 2009.
Nombramientos anticlimáticos en órganos autónomos. Imposición legislativa, con leyes a modo. Opacidad en los recursos públicos con alta proliferación de adjudicaciones directas y más discrecionalidad en el uso del PEF. Padrones opacos de beneficiarios de programas sociales.
Un profundo debilitamiento de la Administración Pública Federal, llenándola de activistas radicales sin vocación ni entendimiento del servicio público.
Socialmente, a pesar de ser lo que más se pensó que cambiaría, hoy hay un enfrentamiento abierto contra las víctimas y sus familias, las mujeres, los grupos minoritarios, los grupos vulnerables, y muchos otros que vieron en él una esperanza que hoy está traicionando.
Y políticamente, está dinamitando a su propio partido, como FCH y EPN; y a los de oposición, ya apabullados. Además de apoyar ciegamente a Trump, como lo hiciera Peña, pero en peor momento.
El Presidente arranca su año 15 en campaña. Siguen las consignas y arengas, siguen los recorridos, y los enconos desde el púlpito. Sigue evadiendo su responsabilidad de gobernar.
No podía ser diferente. Sólo siguiendo en campaña puede distraer la atención de su base ante sus errores de gobierno. Sólo así puede esconder que, en el fondo, no es tan distinto a los anteriores.
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