La curva de contagios sigue subiendo y la economía no deja de caer, pero a la clase gobernante ya le urge ocuparse de otras cosas. Por ejemplo, de las elecciones del próximo año. Y varios medios de comunicación le hacen segunda. Por un lado, porque la agenda informativa suele moverse más en función de los discursos del poder que por las adversidades cotidianas de la gente. Por el otro lado, porque en la conversación pública la novedad siempre lleva mano y una catástrofe con más de tres meses de duración, por grave que sea, es cada vez más difícil que mantenga la atención prioritaria del día a día.
Las oposiciones, además, no han logrado tener la fuerza suficiente para crear presiones eficaces que contrarresten la narrativa gubernamental. Para acabar de completar el cuadro, es probable que las propias audiencias ya acusen cierto cansancio respecto a las noticias del coronavirus y sus calamidades. El resultado, paradójicamente, es que muchas personas siguen cayendo enfermas o falleciendo, perdiendo su empleo o viendo disminuidos sus ingresos, pero las condiciones mediáticas y políticas son muy propicias para que el tema se desplace a un segundo plano.