Es por ello que los liderazgos de Morena, particularmente figuras importantes como Mario Delgado, deben mejorar su capacidad para negociar y hacer política. Ningún partido mayoritario se ha mantenido en el poder sin negociar con otras facciones. La naturaleza de la política es así. Las formas y la inteligencia emocional importan tanto como los votos.
Esta falta de tacto en el grupo mayoritario de Morena proviene en parte de su poca experiencia como mayoría. Muchos de ellos habían estado acostumbrados a ser minoría la mayor parte de sus carreras políticas y por ello, piensan que ahora su meta debe ser imponer la visión de Morena a ultranza. Estiman que los partidos pequeños les deben a ellos su existencia y por ello, operan como si pudieran prescindir de ellos. Esto es peligroso.
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Un partido mayoritario que no llega a acuerdos pierde capacidad para continuar siendo mayoritario en el futuro porque crea enemistades. El PRI lo sabía. Por ello, logró mantenerse en el poder por 70 años a partir de compartir el pastel. Distintas facciones dentro del partido se turnaban las posiciones de mayor poder y una facción jamás derrotó a otra sin darle una salida digna a la mayor parte de sus miembros. El PRI, un partido corporativo, dividía su poder en facciones que otorgaba a caciques locales a los que daba una relativa independencia en sus áreas de influencia. Esto ha llevado a describir al PRI, más que como una dictadura, como una dicta-blanda. Una dictadura por acuerdo y negociación, más que por mano dura.
Morena no está coqueteando con la idea de una dicta-blanda, sino con una forma de liderazgo más fuerte. Los líderes de Morena no solo se burlan constantemente de sus adversarios, sino que incurren en acciones que hieren las susceptibilidades de sus aliados. Carecen de templanza. No parecen poder distinguir entre visiones opuestas, opositoras o enemigas. A todas las clasifican como rivales y las tratan como tal.