De ahí deriva otra de sus cualidades para esta coyuntura, es un presidente que no es extraño al conflicto. Es más, a lo largo de su carrera le ha dado la bienvenida, porque le permite provocar los cambios que considera necesarios en una sociedad que, a sus ojos, despertó después de dormir mucho tiempo frente a la corrupción y que, en muchos segmentos, se guía por la doble moral.
Por eso, ya fuera como dirigente partidario o jefe de Gobierno, López Obrador no cambia de rumbo fácilmente y, en circunstancias como las actuales, esa firmeza es crucial en un mandatario, no importa de qué país se trate. Quienes lo rechazan, siempre podrán rebatir que esa tozudez le resta margen de maniobra; sin embargo, una de sus principales debilidades en su tercera campaña, y ahora en su gobierno, eran las concesiones políticas e ideológicas que hizo para ganar la presidencia. Dos ejemplos recientes fueron la adquisición de un préstamo del Banco Mundial, solicitado el año pasado (dentro del margen de endeudamiento, pero deuda al fin) y la estrategia de seguridad que sigue su administración con el Ejército y la Marina al frente por lo que resta del sexenio.
Sus malquerientes olvidan que es un político, uno muy experimentado, que no escuchará demasiado, ni a favor, ni en contra, porque sabe cómo funcionan los intereses reales del país. Los ha enfrentado, ha perdido contra ellos y ahora les ganó por una histórica mayoría. A pesar de que sabe bien que heredó un país con profundas carencias, preferirá dejar al juicio de la historia la evaluación de sus contrincantes, y de sus antecesores, sobre todo los que personificaron el deterioro social, político y económico que arrastramos, aunque de vez en cuando saque a la luz las intenciones de sus adversarios, como con el polémico documento de un supuesto bloque opositor a su gobierno.
Por eso es mentira que sea un autoritario (aunque mañana nadie lo acusará de tener un carácter fácil), simplemente porque ésta era la oportunidad perfecta para comprobárselo a sus opositores y ni una sola vez ha tomado el camino fácil para asegurar la sana distancia por la fuerza o reprimir protestas que se vuelven violentas, una tentación que pocos mandatarios lograron evitar; para mayor referencia, ahí está el caso de Jalisco.
Toma esa decisión, entre otras, porque es un presidente que tiene otro elemento diferente: es consciente a detalle de la historia, de la de sus antecesores y de la propia. Podría conformarse con ser un buen gobernante, como Attlee, pero quiere trascender, el anhelo final de todo dirigente. Así que empujará al máximo de sus capacidades el legado que quiere dejar en la memoria colectiva, que de paso es un libro de historia mucho más confiable que los oficiales.