Por un lado, los que se oponen a López Obrador cantaron el fin del sexenio desde el día que comenzó y no han más que incrementado su odio por cualquier cosa que haga Morena con o sin fundamento. Centran la agenda en los errores de López Obrador sin reconocer sus aciertos: un aumento histórico en el salario mínimo, un tratado de libre comercio que protege derechos laborales, una revigorización del sindicalismo y un ímpetu por democratizarlo, un reto profundo a muchas de las élites económicas anteriormente intocables.
Por otro lado, López Obrador cantó su éxito el mismo día en que comenzó su sexenio y no ha más que hablado de lo bien que vamos y lo mejor que vamos a ir. Centra su agenda en evidenciar la corrupción de sus antecesores y acusa a sus críticos de no buscar una verdadera transformación. No reconoce los momentos en los que la oposición ha tenido razón: como cuando critican que los apoyos a los más pobres no son suficientes, el que no haya una agenda real para atender a la pobreza urbana y el que se utilice la austeridad como remedio para todos los males.
Los intelectuales orgánicos de ambos bandos ya siguieron órdenes. De un lado, abundan columnistas que no conciben un “cambio” que no sea el que propone López Obrador. Del otro, los autonombrados "intelectuales" defienden que solo son “pensantes” las personas que opinan igual que ellos.
Bueno, pues yo creo que ya basta. Yo sí quiero una transformación de este país, y no creo que ello requiera pasarle todos sus errores a López Obrador -- ni abanderar el discurso de odio de la oposición.