En política las crisis suelen ser, sobre todo, oportunidades para lucrar. La incertidumbre, el miedo y la confusión que provocan permiten intentar acciones que en otro momento resultarían más difíciles o hasta impensables. Y no, no me refiero a acciones edificantes ni ejemplares, no porque no sean posibles sino porque suelen ser excepcionales. Me refiero a acciones abusivas, arbitrarias, voraces, que lamentablemente son más frecuentes. Si una crisis crea condiciones de posibilidad para hacer lo que en tiempos normales no parecería legítimo o viable, los políticos en general tienen un incentivo para aprovechar la crisis primero y resolverla después.
Los piratas que nos gobiernan
Me concentro, entre varios ejemplos disponibles, en el tema de los fideicomisos del sector ciencia y tecnología. La Secretaría de la Función Pública desde hace tiempo les echó el ojo, ya porque pueden representar una fuente adicional de recursos para los programas prioritarios del presidente, ya porque alegaban corrupción en su manejo. A principios de abril, en plena pandemia, se publicó un decreto del Poder Ejecutivo mediante el que se pretendía extinguirlos y absorberlos. Al final, se malogró, pues el propio decreto establecía excepciones entre las cuales estaban aquellos que contaran con una estructura orgánica o se hubieran constituido por mandato legal, y ese era el caso de los fideicomisos creados conforme a la Ley de Ciencia y Tecnología.
Tras el afortunado fracaso de ese lance, el 20 de mayo la coalición lopezobradorista volvió a la carga, ahora por la vía de una iniciativa en el Congreso. Las reacciones y críticas adversas llevaron a los legisladores a “congelarla” y convocar a un Proceso de Parlamento abierto. Es un buen gesto, sin duda, pero no deja de tener su doblez. Porque la iniciativa no se ha retirado, ahí sigue, al acecho, como una amenaza susceptible de reactivarse en cualquier momento, como un chantaje o una represalia que puede hacerse efectiva a la menor provocación. Quizás haya ciertos fideicomisos que tengan sus problemas. Puede ser. Pero de ahí a legislar a partir de generalizaciones carentes de fundamento y sin un análisis costo/beneficio, hay un brinco que genera mucha suspicacia.
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Primero, porque la iniciativa no precisa cómo se canalizarían los recursos de los fideicomisos extintos para atender las emergencias sanitaria o económica, ni cómo se mitigaría el impacto de dejar sin ese financiamiento a tantas comunidades científicas. Tampoco se hace cargo del hecho de que algunos fideicomisos contienen fondos que no provienen del presupuesto público sino de la iniciativa privada, de fundaciones o gobiernos extranjeros, en fin, de otras instancias que a veces también patrocinan proyectos de investigación. En suma, esa iniciativa es el equivalente legislativo de un “toma el dinero y corre”.
Y segundo, porque la iniciativa acusa opacidad y falta de rendición de cuentas en la administración de los fideicomisos, pero no ofrece ninguna prueba concreta que sustente semejante acusación. Las instituciones que los administran pueden fácilmente demostrar, además, que han sido auditadas, que han operado de modo transparente y conforme a los parámetros normativos establecidos para dichos fideicomisos. La iniciativa, en cambio, no prevé ningún mecanismo de fiscalización para darle seguimiento a los recursos que absorbería el gobierno. En pocas palabras, la iniciativa para extinguirlos es menos transparente, y más proclive por tanto a terminar generando corrupción, que los propios fideicomisos que pretende extinguir.
Estamos, pues, ante un grupo político que aprovecha el contexto de la emergencia para comportarse como una pandilla de piratas. Que concibe los recursos públicos no como un patrimonio común, que debe gestionarse responsablemente, sino como un botín del que puede apropiarse y disponer a voluntad. Sin fundamentar sus decisiones, sin basarlas en evidencia que puedan discutirse abiertamente con las comunidades afectadas, sin tener que dar mayores explicaciones. Sin razón y sin derecho, solo porque quieren y porque pueden. Perdón, pero eso no es hacer política. Eso es, más bien, hacer pillaje.
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Twitter del autor: @carlosbravoreg
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