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Mi vida, ¿con COVID?

México no puede comenzar el desconfinamiento a ciegas, se necesitan pruebas de fácil acceso, de bajo costo y bien hechas, para que la gente tome las calles de manera segura.
vie 22 mayo 2020 10:35 AM
Pruebas Covid
Jalisco es uno de los estados que ha realizado una mayor aplicación de pruebas PCR a personas que consideren puedan haber contraído el COVID-19. Las personas agendan una cita vía telefónica y una vez confirmada, acuden a la aplicación.

Nunca había esperado con tanta impaciencia unos resultados de laboratorio. En realidad, los que me había practicado habían sido rutinarios y no por sospecha de alguna enfermedad. Mi primera vez fue hace 11 días, cuando el COVID-19 se coló a mi vida, como cuando esperas a una visita non grata que sabes que en cualquier momento tocará a tu puerta.

La noticia llegó un domingo por la noche con la prueba confirmatoria de mi marido y la necesidad de saber si yo también estaba contagiada. “Dalo por hecho: tienes COVID”, me dijo un médico internista de toda mi confianza, pero por supuesto había que confirmarlo. Dos días después estaba con la cabeza mirando al techo y un gran hisopo me entraba por la nariz y boca para tomar la muestra.

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Estoy agradecida con el gobierno de la CDMX por la realización de la prueba. El problema es que 11 días después no sé si soy portadora o no. Los resultados que me darían en tres días, hoy tienen la advertencia de que podrían tardar hasta 20. Sí, leyeron bien, ¡20 días!

Los servicios de salud en la CDMX simplemente no se dan abasto y ese es el margen de retraso con el que llegan algunas pruebas hasta los pacientes, según me informaron en la jurisdicción sanitaria donde tomaron la muestra.

De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupaba el 28 de abril, el último lugar de los países pertenecientes a este organismo en la aplicación de pruebas para detectar SARS-COV-2, pues mientras el país que más hace es Islandia con 135 pruebas por cada 1,000 habitantes, México hace 0.4 pruebas.

El comparativo de la Universidad de Oxford sobre los tests aplicados para detectar el virus por cada 1,000 habitantes, deja ver a México en el penúltimo lugar de Latinoamérica apenas el 20 de mayo con la aplicación de 1.21 pruebas. Por abajo de nuestro país solo está Bolivia (0.91) y arriba 10 países más, El Salvador (9.69), Uruguay (10.02) y Chile con 21.43 son algunos.

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Y aún con esta cantidad, los laboratorios que las procesan no se dan abasto. Mi prueba fue enviada al Instituto Nacional de Medicina Genómica, que día a día trabaja a tope, igual que los demás institutos que se dedican a examinar las pruebas.

¿Para qué sirve una prueba de COVID-19? Para dar certeza y servir de cortafuegos, pero yo 11 días después no tengo la confirmación ni la negación. Estas líneas no pretenden ser una denuncia. Mi caso no es más relevante que el de otros, pero es ejemplo para pensar en las decenas, cientos, miles de personas que van a ciegas sin saber que son portadoras. Los mexicanos no nos hemos hecho pruebas.

La frase del médico internista quedó en mi cabeza y desde esa noche di por hecho que tenía COVID-19. Avisé a mi redacción y a mi red de contactos. A un familiar que estuvo varios días en casa conviviendo con nosotros, lo alerté de inmediato. Después de eso, la puerta de mi casa se cerró y sólo se ha abierto para recibir los productos que pido a domicilio.

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Mis familiares se hicieron la prueba el mismo día que yo, ellos a través de los servicios de salud del gobierno del Edomex y tampoco han recibido la totalidad de sus resultados. Su caso es más peculiar, pues la prueba de uno de los miembros resultó “indeterminada”.

—Doctora, ¿qué significa eso? —preguntó mi familiar.
—Pues que ni sí ni no. —respondió, la funcionaria.

¿Qué significa eso? Se preguntó a un epidemiólogo y su respuesta fue: “que se hizo mal la prueba y no pudieron determinar si hay contagio o no. Se debe volver a realizar”. Con esta respuesta se volvió a consultar a la doctora y lo que se recibió de respuesta a vuelta de WhatsApp fue: “Yo soy Maestra en Salud Pública y él Químico, somos gente capacitada y no nada más tomamos la de Uds”, acto seguido bloqueó el teléfono y dejó a toda una familia sin posibilidad de saber si son portadores de COVID-19.

Un laboratorio externo consultado sugirió que seguramente “no se cuidó la cadena de frío” y la muestra se estropeó. No pongo en duda la capacidad de este equipo de trabajo del Edomex, pero sí la respuesta a una familia preocupada por su salud y por tener certeza para organizar su vida y sus ingresos económicos.

El lunes cumpliré los 14 días de un encierro voluntario y asintomático. Ya perdí la esperanza de que los resultados lleguen antes de que levante mi acuartelamiento.

Así como yo, como mi familia, en México estamos a punto de comenzar el desconfinamiento y lo haremos a ciegas, sin saber si el que tomó el pasamanos del transporte antes que nosotros tenía COVID-19, si nuestro vecino que apretó el botón del elevador lo tiene, o si la pareja con la que dormimos todas las noches está contagiada.

México no puede abrir las puertas de su casa y dejar entrar a la visita non grata a la sala, la gente no puede salir a la calle con una venda en los ojos. Es necesario que, como han hecho en países como Francia o Gran Bretaña, el desconfinamiento venga aparejado de la aplicación masiva de pruebas. Sí, esas que el gobierno federal desincentivó desde el inicio de la pandemia.

Pero parece que, como con otras decisiones, el gobierno federal ya cambió de opinión y esta semana dio dos buenas noticias: la primera es que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) aprobó el uso de tres pruebas serológicas que medirán la respuesta inmunológica de los pacientes al virus; y la segunda, que las autoridades capitalinas ya analizan la aplicación de pruebas rápidas que ayuden a tener un regreso seguro.

Al principio de la pandemia en nuestro país, el director general de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, le recomendó a México hacer pruebas : “Test, test, test”, dijo. México no siguió ese camino y el subsecretario de salud y capitán de la pandemia, Hugo López-Gatell ofreció un escenario de unas 8,000 muertes al final del paso del COVID por el país. Hoy tenemos —en las cifras oficiales— casi 60,000 contagios y 6,510 muertos y con esos números, aún parece lejos el aplanar la curva de contagios. No podemos dejar de insistir en que necesitamos “pruebas, pruebas, pruebas”. Pruebas de fácil acceso, pruebas de bajo costo, pruebas bien hechas.

Héctor Valle: Para la reactivación es fundamental hacer pruebas

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Nota: la autora es editora de Expansión Política.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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