Decía Ramón López Velarde que “a la nacionalidad volvemos por amor… y pobreza”. Es un hecho que la pandemia nos dejará más pobres de lo que ya éramos. Hoy en día, nuestros “veneros del petróleo” no valen nada. No los querría ni el diablo. Los economistas, hasta los más entusiastas, nos pintan un escenario tétrico. Podemos contar con al menos una de las dos condiciones lopezvelardianas para un próximo e inminente recogimiento nacionalista.
#ColumnaInvitada | Coronavirus, amor y pobreza
¿Qué hay del amor? ¿El estado de emergencia ha despertado en nosotros sentimientos de compasión, abnegación y altruismo? ¿Saldremos de esta crisis convertidos en “mejores personas”? Quién sabe. Sería un milagro de alquimia moral. Piénsese en las agresiones que sufre a diario el personal médico. ¡Les arrojan cloro a la cara y a la ropa! Supongo que se trata un miedo atávico a la muerte; el desfogue de un rencor y de un deseo de venganza que no sabe bien a bien a dónde dirigirse. El enemigo es, en esta ocasión, un virus que se desliza entre nosotros sigilosa e imperceptiblemente.
Las denuncias por violencia doméstica van en aumento. Era de esperar. La permanencia en un mismo y estrecho espacio con aquellos que denominamos nuestros “seres queridos” ha sacado a la superficie una verdad incómoda: amar y procurar a alguien es un oficio fatigoso que requiere de mucha introspección, mucha gestión de las emociones y muchas herramientas de autoconocimiento. La falta de tiempo nos ahorraba el desafío de la convivencia.
En muchos hogares mexicanos se ha instalado un huésped advenedizo, siniestro e irritable: el miedo al COVID-19. Ojalá se le pudiera agarrar desprevenido, encerrarlo en un cuarto y dejarlo morir de inanición, como “El huésped” de Amparo Dávila. La delincuencia y el narco no han acatado, por lo visto, el llamado al confinamiento. Nuestros índices de homicidios y feminicidios siguen por las nubes. En resumen: tampoco en el registro moral el panorama es halagüeño.
No debemos, pese a todo, dejarnos embargar por el pesimismo. Nos aguarda en el corto, mediano y largo plazo una tarea titánica de edificación y resistencia. Es una tarea que nos implica a todos y que exige actividad coordinada y afanosa. La buena noticia es que no estamos solos. Tenemos, aunque pocos la recuerden en la actualidad, una “filosofía mexicana del amor”.
En 1916, ¡hace ya más de un siglo!, el Maestro Antonio Caso dio a la imprenta un librito titulado La existencia como economía y como caridad. Su pregunta era parecida a la que nos formulamos hoy: en un país regado de sangre y en el que el egoísmo y la discordia no son la excepción, sino la regla, ¿llegará el día en que los mexicanos ejerzamos el amor?
Cualquier enfermedad tiene el efecto instantáneo de recordarnos que somos un cuerpo con necesidades fisiológicas muy básicas de nutrición y reproducción. El COVID-19, sin ir más lejos, ha disparado en algunos la consigna básica de “sálvese quien pueda”. El impulso primordial de sobrevivir ocupa el primer y único plano, por encima de cualquier consideración por el prójimo. No hace falta formar parte de algún sector vulnerable para experimentar, en alguna medida, este egoísmo vital. “Después de mí, el Diluvio.” ¿La pandemia nos ha devuelto a una concepción de la existencia como “lucha por la sobrevivencia” (el struggle for life de Darwin)?
En la existencia como sobrevivencia y como egoísmo no hay lugar para el despilfarro. Todos los recursos y todos los segundos cuentan. De ahí que el Maestro Caso la llame “existencia como economía”: “la vida = mínimo de esfuerzo con máximo de provecho”. ¿Todos los actos humanos obedecen a esta ley? El Maestro Caso negaba con la cabeza. Existen, entre las personas, al lado de estos actos egoístas, actos desinteresados y caritativos.
Somos bestias, eso es innegable. El Maestro Caso nunca se atrevió a negarlo. Somos bestias que experimentan hambre y sed y que procuran por todos los medios a su alcance permanecer en la existencia. Somos bestias en pugna con otras bestias –mucho peor que los lobos–. Pero también somos algo más. Somos personas humanas: personas que alzándose sobre los requerimientos más inmediatos de la vida consiguen abrazarse (en la dicha y en la miseria), personas que comparten, que dialogan y que llegan a prodigar su afecto incluso a costa de sus intereses privados. Personas capaces de sacrificarse, es decir, capaces de realizar el máximo esfuerzo a cambio del mínimo provecho.
El Maestro solía decir que el mexicano participa de la doble naturaleza de la serpiente (símbolo de nuestras necesidades más inmediatas, más rastreras y materiales) y del águila (símbolo de los ideales espirituales que deben señalar el norte a una nación).
Es un buen momento para desempolvar nuestra “filosofía mexicana del amor” y, sobre todo, para ponerla en práctica.
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Nota del editor: el autor es maestro en Filosofía. Es autor de La revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018).
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